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Teoría crítica desde las Américas

Stefan Gandler
2022-07-09

Hay un autor, Bolívar Echeverría, destacado filósofo ecuatoriano mexicano (1941-2010) que nació y estaba adscrito a la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), que puede ser considerado altamente relevante para el proyecto de una teoría crítica al inicio del tercer milenio. Echeverría ha enseñado por muchos años en la UNAM, haciendo accesible a muchas generaciones de estudiantes la teoría crítica de la sociedad. Ha ayudado a entender su contexto filosófico, social e histórico y ha elaborado importantes aportaciones para una ampliación de la vigencia de la teoría crítica, no solamente más allá del momento histórico preciso en el cual surgieron sus textos centrales, sino también de las limitaciones geográficas y civilizatorias en las que esta teoría —a pesar de su gran apertura en muchas temáticas— ha quedado atrapada en ocasiones. Bolívar Echeverría ha sido uno de los autores que han trabajado por largos años en el intento de retomar el proyecto de la teoría crítica, llevándola no solamente a otros países, sino también a nuevos horizontes de discusión, que incluían un debate más allá de las limitaciones dadas en muchas universidades europeas y estadounidenses.

La teoría de los cuatro ethe (plural de ethos) de la modernidad capitalista de Bolívar Echeverría, y sobre todo sus análisis del ethos barroco como uno moderno y no premoderno, podría ser uno de los pocos intentos teóricos que hoy en día lograron retomar el análisis de la teoría crítica. La concepción del ethos barroco como el que contiene una «combinación conflictiva de conservadurismo e inconformidad» podría ser justamente una de las claves para entender el tipo de modernidad que existe en países de las Américas (como por ejemplo México o Ecuador), no como retrasada, sino diferente y tal vez en ciertos aspectos hasta más interesante para el proyecto de una sociedad menos represiva, explotadora y repugnante que la existente, que las modernidades del Primer Mundo que la izquierda latinoamericana partidaria y oficial, a veces al igual que los conservadores, ingenuamente quieren copiar.

Echeverría parte del análisis de que la modernidad capitalista es profundamente contradictoria e irracional. Una conclusión de esto sería: el reconocimiento del otro es sistemáticamente estorbado y en el mejor de los casos solo posible en situaciones de excepción. Él distingue cuatro tipos básicos de la modernidad capitalista existente, a cada de las cuales corresponde una versión del ethos de la modernidad capitalista. En una de ellas, el ethos barroco, hay más espacios para excepciones de lo que hay en las otras. Por lo general, este mayor espacio para excepciones está interpretado desde la perspectiva de los otros tres ethe de la modernidad capitalista, como expresión de una falta de racionalidad, de una modernidad inacabada o incompleta, o incluso de una condición premoderna. Cada uno de los distintos ethe de la modernidad existente implica una «peculiar manera de vivir con el capitalismo». Más específicamente, explica Echeverría que «el comportamiento social estructural al que podemos llamar ethos histórico puede ser visto como todo un principio de construcción del mundo de la vida. Es un comportamiento que intenta hacer vivible lo invivible». Ahí, así como en su formulación de los ethe de la modernidad capitalista como una «forma de naturalizar lo capitalista», hay una obvia cercanía de la teoría de los ethe con la crítica a la ideología. Las cuatro formas básicas de vivir «lo invivible» en la actualidad que Echeverría distingue se llaman: el ethos realista, el ethos romántico, el ethos clásico y el ethos barroco. Mientras que el ethos realista predomina en grandes rasgos y en vastas esferas de los países de centro-norte de Europa y Estados Unidos, el ethos barroco tiene cierta presencia (junto con el mundialmente dominante ethos realista) en América Latina y sobre todo en países como México. Este ethos barroco, que desde la perspectiva del ethos realista es premoderno y caduco y solo un resto de sociedades antiguas, es desde la perspectiva de la teoría de Echeverría un ethos moderno entre los cuatro ethe modernos actualmente existentes.

Los ethe históricos o ethe de la modernidad capitalista son formas de vivir lo invivible; se distinguen básicamente a partir de su forma de hacerlo. El concepto del ethos histórico es muy amplio e incluye desde formas culturales en el sentido restringido de la palabra hasta formas cotidianas de comer, organizar el trabajo o, dicho en general, de todas las formas de producción y consumo de los bienes. Incluye, además, formas de comunicarse, lo que Echeverría concibe como formas de producción y consumo de significaciones.

En el actual sistema de reproducción hay una contradicción sistemática entre la lógica del valor y la del valor de uso. Mientras el valor de uso es lo que realmente se necesita para satisfacer las necesidades de los seres humanos, el valor es la categoría económica que parte de la cantidad (tiempo) de trabajo humano que se usó en promedio para la producción de un cierto bien. En el sistema de reproducción actualmente dominante, la lógica del valor tiende a destruir cada vez más la del valor de uso. Es decir, se hace todo para aumentar la producción de valores y con esto de plusvalía y ganancias, pero a la vez los bienes que realmente mejoran la vida de los seres humanos son tendencialmente destruidos (véanse por ejemplo los problemas ecológicos).

La existencia de la contradicción entre la lógica del valor y la del valor de uso puede ser reconocida o negada. Además, se puede dar más importancia al valor o al valor de uso. Las cuatro combinaciones posibles que resultan de estas dos distinciones son la base conceptual de los cuatro ethe.

El ethos realista niega la contradicción entre valor y valor de uso y a la vez da más importancia al valor. El ethos romántico también niega esta contradicción, pero se inclina hacia el valor de uso. El ethos clásico reconoce la existencia de esta contradicción y se apega a la lógica del valor, mientras que el ethos barroco la reconoce también pero tratando de salvar —a pesar de todo— la dinámica del valor de uso.

El ethos realista, que hoy en día es el dominante a nivel mundial, niega simplemente esta contradicción y supone que con la fijación en la producción de valores automáticamente también se rescatan y mejoren los valores de uso. Esta negación no es únicamente teórica y pensada, sino que se expresa en una actitud participativa, comprometida en favor de las relaciones sociales reinantes; es una «actitud de identificación afirmativa y militante, con la pretensión de creatividad que tiene la acumulación del capital; con la pretensión de esta no solo de representar fielmente los intereses del proceso social-natural de reproducción».

En el ethos romántico, la valorización aparece plenamente reducible a la forma natural. En este ethos se niega también la tendencia hacia la destrucción de los valores de uso, pero no con una fijación en los valores de cambio como en el ethos realista, sino con la falsa idea de que la actual reproducción económica es organizada según las necesidades reales de los seres humanos, es decir, según la lógica de los valores de uso.

El ethos clásico se diferencia de los dos primeros por no negar la contradicción entre la lógica de la producción de los valores (de cambio) y los valores de uso, pero implica una resignación generalizada ante lo existente, es decir, el «cumplimiento trágico de la marcha de las cosas». Este ethos se encuentra acompañado del «distanciamiento y la ecuanimidad de un racionalismo estoico»; toda «actitud en pro o en contra de lo establecido que sea una actitud militante en su entusiasmo o su lamento» aparece aquí como «ilusa y superflua».

El ethos barroco, que en América Latina coexiste en general con el dominante ethos realista, consiste en una combinación paradójica de un sensato recato y un impulso desobediente. Hay en ello el intento —desde la perspectiva de los otros tres— absurdo de rescatar el valor de uso por medio de su propia destrucción. En este modo de aguantar y percibir la forma de reproducción capitalista, persiste el incansable intento de saltar las existentes barreras para la felicidad humana después de haberlas claramente distinguido como insuperables bajo las condiciones actuales. Este ethos comparte con el clásico la capacidad de percibir sin vacilación la tendencia capitalista hacia la destrucción de los valores de uso y con esto de la felicidad humana; con el ethos romántico, en cambio, comparte la profunda convicción de que sí se pueden salvar los valores de uso dentro de la sociedad reinante. El ethos barroco es para Echeverría «una estrategia que acepta las leyes de la circulación mercantil, pero que lo hace al mismo tiempo que se inconforma con ellas y las somete a un juego de transgresiones que las refuncionaliza». Existe aquí la mencionada «combinación conflictiva de conservadurismo e inconformidad». Es conservador, porque no se rebela abiertamente en contra del sistema capitalista y porque se opone a la destrucción completa de posibilidades de goce que antes había en parte debido a que son integrantes de una tradicional forma de vida. Es inconforme porque no se somete, completamente, a la lógica del capital, es decir, a la lógica del sacrificio de la calidad de vida de la mayoría de los seres humanos por el bien de las ganancias obtenidas por los propietarios de los medios de producción.

El ethos realista es el ethos de la claridad. Para él no hay contradicciones insuperables en el sistema social existentes y el dominio del valor de uso es para él lo más deseable. Está convencido de que la lógica del valor garantiza también el desarrollo del valor de uso.

El ethos barroco es el ethos de la contradicción. Sabe de la contradicción insuperable dentro de la formación social existente entre la lógica del valor y la del valor de uso. Sabe, además, que el valor de uso está tendencialmente destruido por la ciega lógica de la producción ilimitada de valores y, con esto, de plusvalía y ganancias. Pero a pesar de esto, o incluso a partir de esta contradicción, usándola, trata de rescatar el derecho del valor de uso y con esto la posibilidad del goce humano. Sabiendo que el sistema capitalista hace imposible la felicidad humana, trata de alcanzarla, aunque sea por algunos momentos. Vive lo invivible no a partir de la negación de que es invivible, sino justamente a partir de su reconocimiento. Jugando con la imposibilidad del goce, intenta realizarlo en espacios escondidos y espontáneos.

El ethos barroco retoma su nombre por esta similitud con el arte barroco: la capacidad de combinar y mezclar elementos que desde un punto de visto serio no podrían estar juntos, combinados o mezclados. Esta mezcla es caótica y transgrede las reglas (estéticas) establecidas, pero a la vez era el único arte que podía incluir en la Nueva España elementos estéticos indígenas. Los elementos no se entienden, pero se dejan vivir mutuamente. No se reconocen en el sentido hegeliano, pero tampoco se aniquilan o excluyen agresivamente. Se dan el avión mutuamente, no se entienden realmente, ni siquiera pueden interactuar con plena consciencia, pero con esto no cuestionan el derecho a existir del otro. La falta de claridad que implica esto es desde la perspectiva de Echeverría la capacidad de comunicar a pesar de la imposibilidad estructural de entenderse realmente en la sociedad actual (por la competencia omnipresente en la cual el otro es siempre y sobre todo un competidor que hay que superar). En el ethos barroco, se trata de comunicar con el otro no solamente a pesar de la imposibilidad estructural de entenderse, sino incluso usándola, jugando con el doble sentido. Refuncionaliza los malentendidos precisamente como forma de comunicación. La condición contradictoria y paradójica del ethos barroco puede permitir tantos espacios de excepciones y tradiciones. La forma barroca de convivencia es el dejarse vivir mutuamente, ignorándose en gran parte, sabiendo que el real entendimiento y con esto el real reconocimiento no es posible en las condiciones dadas por la sociedad de la competencia como regla omnipresente de organización social.

Los espacios para excepciones, para el rompimiento limitado de ciertas reglas sociales establecidas, incluyen también un espacio para otras culturas, otras formas de convivencia e incluso otras formas de apariencia física. El otro, los otros o las otras pueden vivir en estos espacios de excepción sin tener que justificarse ante la mayoría por ser distintos. Quedarían como excepción a la regla, que no es lo mismo que ser por definición excluidos, ya que en el ethos barroco la excepción es de cierta manera la regla. Desde una percepción realista, esto es incomprensible y no quedaría otra que recetar al mundo entero seguir el camino de la lucha por el reconocimiento que tantas veces llevó a los fracasos más sangrientos de la historia europea, que incluye por supuesto la historia de su actuación sobre sus colonias.

Justo en la negación de la existencia de los otros ethe como igualmente modernos se demuestra involuntariamente lo que en consecuencia de la teoría de Echeverría se puede analizar: la incapacidad de los ethe realista y romántico —a los cuales pertenece en la vida cotidiana y a los cuales defiende teóricamente— de reconocer realmente al otro; en este caso, el otro ethos de la modernidad capitalista, el ethos barroco.

Esta incapacidad de reconocer el ethos barroco como el otro ethos de la modernidad capitalista incluye no solo la ignorancia o falta de información sobre él como realidad social, sino también la negación de tomar en cuenta las teorías que se han desarrollado sobre el ethos barroco en los últimos veinte años y que se han discutido no solamente en algunos de los centros intelectuales y académicos de América Latina, sino también en varias universidades y publicaciones de Europa. Mencionamos esto, no para darle presuntamente más validez a estas teorías, por haber sido discutidas en Europa, sino para demostrar el aspecto dogmático de la mencionada negación de tomar en cuenta estas discusiones teóricas, que son de fácil acceso para los teóricos europeos. Pero su pretensión de universalidad termina en los límites establecidos por las nuevas cortinas de hierro del susodicho Primer Mundo.

Desde afuera de los centros militares y económicos mundiales se desarrollan aportaciones filosóficas que ayudan a entender mejor el actual mundo capitalista, sus contradicciones y su incapacidad para superar su tendencia autodestructiva. Esta incapacidad seguirá, si se aferra a las propias aportaciones de los mencionados centros, menospreciando e ignorando todo aquello que histórica y actualmente se está trabajando en las discusiones y textos, así como lo que se está viviendo y realizando cotidianamente en las sociedades aparentemente periféricas. Una posible solución a los radicales problemas de la actual humanidad no se podrá esperar de aquellos países que en los últimos quinientos años se han dedicado a someter y destruir gran parte del planeta, sino que la humanidad solo podrá sobrevivir si empieza a escuchar las voces críticas que vienen desde afuera del coro del autollamado Primer Mundo.

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