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Anunciamos algo nuevo

Pablo Batalla Cueto
2021-07-09

 

Tal vez no los más jóvenes, pero los lectores de cierta edad habrán reconocido rápidamente la procedencia del lema de la SN de este año: «A la calle, que ya es hora». Probablemente, en su cabeza, haya sonado con la voz de Paco Ibáñez, que en su famoso concierto en el Olympia de París, y en otros, convirtiera en un himno el poema de Gabriel Celaya del que esa invitación a tomar las calles procede: España en marcha. Y probablemente hayan canturreado su continuación: «A la calle, que ya es hora de pasearnos a cuerpo/ y anunciar que, pues vivimos, anunciamos algo nuevo».

Eran tiempos de alegría, lucha y esperanza. Aquellos, digo. Hubo muchos espíritus de la Transición, no solo el que después convertirían los interesados en el único y cerrado. Y uno de ellos era la disposición a que la frustración por la imposibilidad de las utopías grandes no arruinara la alegría, que quienes vivieron aquellos años cuentan que se respiraba en el ambiente, por la conquista cotidiana de las pequeñas. Cada día anunciaba algo nuevo y aquella generación que venía de la noche más oscura lo celebraba; bebía cada rayo de luz como el tesoro precioso que sabían que era.

Los tiempos que corren hoy parecen a veces todo lo contrario. Lo que se respira en el ambiente es con frecuencia una desasosegante sensación de apocalipsis inminente; cada día una suerte de nuevo presagio azteca sobre el fin de los tiempos. Discursos de odio al diferente que parecían enterrados emergiendo de nuevo, escenas dantescas de catástrofe climática, un extraño virus que pone el mundo patas arriba. A veces, y es normal, ese ahogo por las cosas horrendas que suceden conduce a la melancolía o a la parálisis.

La Semana Negra es un festival literario, pero nunca fue solo eso. También es, nunca nos escondimos, un festival político. Pero tampoco ha sido nunca solo eso. Ni siquiera lo ha sido esencialmente. Lo que este festival ha sido siempre en esencia ha sido una reivindicación de la alegría. Su primera edición se celebró en un Gijón no exactamente alegre. Eran años duros, de crisis galopante, reconversión industrial, huelgas cotidianas. Un mundo que se caía. Pero este festival cayó sobre aquella ciudad como una proclamación de la posibilidad de seguir celebrando la vida; de gozar mientras se luchaba, de gritarle al mundo las cosas necesarias sin fruncir el ceño ni entregarse a mortificaciones frailunas. Se podían comer churros y bailar la conga mientras se cambiaba el mundo de base.

Han pasado treinta y cuatro años y cualquier desinformado pensaría que la SN dejó hace ya tiempo de anunciar algo nuevo; que aquel mensaje envejeció hasta marchitarse y hoy es un ritual gastado, la inercia de un tiempo que pasó. Y sin embargo, este festival viejoven es de todo menos una inercia. La SN sigue renovándose con la desenvoltura de un niño.

Aquella convicción sobre la coexistencia posible de la lucha y el gozo es hoy, quizá, más iconoclasta que en 1988. En 2021, anunciamos algo nuevo: se puede celebrar un festival cultural en medio de una pandemia y hacerlo con responsabilidad, pero sin renunciar ni al más viejo de nuestros sueños. Si no puede haber A Quemarropa en papel, y a la espera de que vuelva a haberlo (porque volverá haberlo), lo hacemos digital; si no puede haber una feria como Dios manda, y a la espera de poder hacerla (porque volveremos a hacerla), desplegamos una feria infinitesimal formada por mercadillo y una carpa en la que se siga bullendo el pulpo, pero sigue habiendo A Quemarropa, y sigue habiendo pulpo, y sigue habiendo libros, y regalos; sigue habiendo todo lo que está en el corazón de la identidad de este festival dispuesto a que nada ni nadie lo tumbe. Resistir y combatir.

Celaya nos describía también cuando escribía: «Nosotros somos quien somos./ […] No vivimos del pasado,/ ni damos cuerda al recuerdo./ Somos, turbia y fresca, un agua que atropella sus comienzos./ […] No reniego de mi origen,/ pero digo que seremos/ mucho más que lo sabido, los factores de un comienzo».

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