Bromas no solicitadas: una canción, un crimen y muchas mentiras
Gijón negro

Arantza Margolles
2021-07-15
La Calzada, 1953
Quizás recordarán nuestros lectores de más edad aquello que se cantaba en plena década de los cincuenta, en la que —por más que a veces la nostalgia nos haga pensar que semejantes torturas sonoras ocurren solo en el presente— también había machaconas canciones del verano. «Su gran variedad de pájaros, que silban de puro júbilo»… Un verso de lo más blanco pero que no lo fue tanto el 12 de junio de 1953, cuando un grupo de chavales tuvieron a bien (o a mal) dedicárselo a un joven trabajador de Astilleros Riera a quien toda la barriada convenía en llamar así.
El suceso que les cuento hace referencia a la canción Pénjamo y transcurrió en la calle Felipe II, entre el alto de Veriña y La Calzada. A Gonzalín le llamaban pájaro, o mariposa, o titi, por considerarle demasiado afeminado, y con una naturalidad tal que los propios agresores que le causaron la muerte tras dedicarle aquellos populares versos, una vez arrestados, llegarían a decir que lo hacían como lo hacía todo el barrio: en tono de broma y por decreto.
Pero aquella vez Gonzalín contestó. Quizás en un rapto de valentía, quizás por los efluvios alcohólicos que llenaban el ambiente. Era la una de la mañana. Siendo literales: se cagó en las cuatro madres de los cuatro cantores. Nadie podrá saber ya lo que pasó después, más allá de que el joven resultó muerto a los pocos minutos. Solo quedaron, como testigos, los propios agresores y los que, sitos a unos metros, presenciaron el hecho y dieron parte a la Benemérita. Pero lo hicieron a lo lejos y los agresores, en fin, aseguraron en el juicio que había sido cosa de apenas un par de bofetadas, del desequilibrio producido por el alcohol y de la debilidad física de Gonzalín.
Al otro lado, negando la mayor, los forenses gijoneses: solo un golpe producido con un instrumento muy duro hubiera podido producir una muerte tan inmediata. La defensa recurrió a otros, ovetenses esta vez, que aseguraron que la caída había sido la culpable de todo. Y una tercera vía: el forense que, contra todo tipo de versión oficial, endulzada para mayor abundamiento por la prensa, aseguró, sin que le hicieran mucho caso, que en el cuerpo habían aparecido innumerables patadas producidas por varias botas. Ocho años de cárcel se llevaría uno de ellos, el supuesto único agresor. A la justicia, ya lo saben, la pintan siempre con los ojos vendados.