Revolución, Oppenheimers y mujeres transgresoras
2024-07-11
Es, quizás, la figura más desconocida de todas las que hasta ahora han pasado por el ciclo Transgresoras. Ayer, en la Carpa de las Culturas, Marta Mori versó sobre María Teresa González, una poeta asturiana de vida breve (murió a los 45 años) pero que ha dejado un importante poso en la generación más joven. No solo por su obra, plagada de simbolismos, sino también por la particularidad de haber sido de las pocas escritoras de aquel primer Surdimientu que fue, además de poeta, obrera. Nacida en Tremañes, Tere González comenzó «a escribir, según ella, pa nun glayar. Ye ún de los pocos exemplos que tenemos n’España d’escritora obrera, lo que Juan Marsé, que tamién lo yera, describió como ‘l’especimen más buscáu del panorama lliterariu español».
Presentaba el acto Dulce Gallego, histórica feminista que también contribuyó a hacer de aquel Xixón que se abría a la democracia en los años 70 un mundo mejor. En el caso de Tere González, además de la conciencia de su identidad de clase, su lucha principal fue la del asturiano. En la defensa del idioma participó muy activamente junto a su marido Vicente García Oliva, con quien militaría en Conceyu Bable. «Con too, adelantándose tamién nesto al so tiempu, foi una escritura billingüe que nun renunció al castellanu», dijo Mori. Poeta del amor y del desamor, lo sería también, sin embargo, de la muerte. Le llegaría demasiado pronto. Pero ayer, en la Carpa de las Culturas, se volvió a oír su voz. Se la prestó Marta Mori, pero era, sin lugar a dudas, la suya.
Habíamos arrancado, previamente, con una novela de gato caza ratón, de escritor busca personaje; un diario de viajes y un ejercicio de metaliteratura. De todas esas maneras definieron, a las 18 horas, La sangre de los otros su autor, Jokin Azketa, y Carolina Sarmiento, encargada de presentarle y, por cierto, protagonista parcial, ayer, de la última entrega de nuestras Mujeres del cuento. Así es, porque la historia de Norman Scarf no tiene una estructura al uso. Juega con la edición, con los tipos de letra, bebe de la poesía y cita fuentes, algo que, a esta plumilla de ustedes que es de formación historiadora, le parece fenomenal. «Me parecía de justicia reconocer los sitios que cito y el editor no quería poner esas citas porque decía que distraían de la trama«, nos dijo Azketa. Al final, solucionaron el entuerto poniéndolas todas juntas, al final.
La novela narra la desventura de Scarf, un escritor atraído por la crónica negra (¿andará por aquí, de carpa en carpa?) que, en mal momento, conoce Celeste, mucho peor que una ‘femme fatale‘: la moza se dedica al sicariato. «Escribo con mis propias fantasías y mi propia imaginación«, aseguró Azketa, un escritor de buen corazón que solo teme a dos cosas: perder su esencia por intentar agradar y hacer daño a alguien llevando al papel crímenes reales.
Franco Torre, que es periodista en La Nueva España y también autor en Orpheus, ‘mata’ ficcionalmente a Isaac Peral, el inventor del submarino, en una novela breve que ayer presentó, a las 18.30, acompañado de Vicente Montes. Habló, entre otras cosas, de la explosión de prensa de la época (qué gran diferencia con la actualidad, en la que, como nos contaba Rosa Montero ayer, han cerrado el 90% de cabeceras que había en algunos momentos del siglo XIX, una mala noticia, decía, «no para la prensa, sino para la democracia«) y del momento en que sitúa la acción, tras el Desastre del 98. El asesinato de Peral no es la única gota de ficción situada sobre un escenario real: en la obra de Torre, Prim sigue vivo y España ha ganado la guerra colonial. Este divertido ejercicio de historia virtual se lee muy rápido y deja con ganas de más. Prúebenlo.
Grata sorpresa para Carolina Sarmiento, que repite al frente de la presentación, el haber descubierto Los hijos malditos, de May R. Ayamonte, el nuevo caso de la periodista Jimena Cruz tras un cambio (para bien) en la vida del personaje tras haber pasado por terapia. Pedir ayuda nos fortalece, nos agranda. Literalmente, a veces. «Somos más fuertes que la tómbola», bromeaba Sarmiento porque, al arrancar la charla, entró en el interior de la c arpa, durante un ratito, el tiroriro de las atracciones en la carpa, «pero, para fuerte, el inicio del libro». Carolina sí que sabe hacer un buen ‘plot twist’. Pero no le hace falta a la dinámica historia de Ayamonte, que se desarrolla, además, en Granada, en su Semana Santa, cuando se celebra la muerte de Cristo. Por la música, por el incienso, por todo lo que rodea esa celebración, a la escritora le pareció aquel el escenario ideal para situar un crimen. ¿Se creían que nos olvidábamos del crimen? Pues no: es, precisamente, al sacar al Cristo de la iglesia cuando aparece un cadáver colgado del campanario. Uno real, fuera de mitologías, y que será el que haga volver a Jimena al candelero. No le copien la idea literalmente (esa de matar), ¡no se les ocurra!, pero léanla.
La historia de Oppenheimer, el padre de la bomba atómica que protagonizó uno de los grandes ‘hits’ del cine-espectáculo el año pasado, llegó a la Carpa de la Palabra por medio de Juan Fueyo, autor de El hombre que pudo destruir el mundo. Lo presentó con Laura Fonseca, periodista de El Comercio, diario con cuya Aula de Cultura se organizaba el acto. «Estados Unidos es un país que no tiene miedo a hablar de sus miserias», dijo Fueyo, buen conocedor del país en el que se desarrolló el Proyecto Manhattan que, bajo la dirección de Leslie Groves, llevó a la producción de las primeras armas nucleares. Esta investigación, de terribles consecuencias, tardó mucho en salir a la luz. Llevando el asunto a la actualidad, Fueyo advirtió que no era descartable que hoy en día proyectos similares estuvieran en marcha; para muestra, los ataques con ántrax que pusieron en vilo al mundo entero en 2001. A fin de cuentas, «las bombas biológicas son muy baratas, y se pueden hacer en sitios muy pequeños».
La génesis de la bomba atómica igualó, en aquella década de los 40 del pasado siglo, el terror del fascismo con quienes trataban de combatirlo. «Ahora mismo hay muchos Oppenheimer gobernando», recordó Fonseca, pero Fueyo llamó a la calma. «No vale todo contra un dictador, ni contra el cáncer», donde generalmente el discurso empleado es también bélico: combatirlo, luchar contra él. Ojo con eso. «No todo lo que se puede hacer se debe hacer (…) Los científicos no son intrínsecamente buenos, tienen que controlarse», argumentó el autor, que sabe de lo que habla (es neurólogo). Y, además, poderoso caballero es Don Dinero. «Es fácil convencer a alguien para que sea una mala persona«, remató. Tristemente, sí.
A las 20.30 horas llegó el turno de Contrición, la nueva novela de Xavier Borrell -el alma de Cubelles Noir-, que la presentó acompañado de Carlos Salem, su prologuista. Con estilo ágil, capítulos cortos y mucho ‘noir’, Borrell nos cuenta la conversión en detective privado de su protagonista, Andoni, un andorrano llegado a Cataluña en tiempos inciertos.
A continuación, la mesa redonda 90 años del Octubre del 34 congregó abundante y reflexivo público que se apretó para ver el acto que había organizado la Fundación Andreu Nin con el mismo espíritu con el que aquellos revolucionarios habían olvidado sus diferencias. Estuvieron Faustino Álvarez, de la Fundación José Barreiro; Sonia Turón, de la Fundación Anselmo Lorenzo; Faustino Zapico, por la Fundación de Investigaciones Marxistas y José Luis Mateos, de la Andreu Nin. Replicando la tormenta perfecta que, en palabras de Zapico, fue el ensamblaje de varias condiciones objetivas que dieron en hacer que la revolución triunfase. Durante solo quince días, pero sí. Ocurrió, decía el historiador, que en Asturias, un espacio reducido en el que se concentraba mucha población y se contaba con fábricas de armas y minas repletas de dinamita, existía una «clase obrera muy organizada» que, por un interés general de clase, llegó a unirse en una suerte de comunal. «El comunal», había explicado antes Turón, «es aquello comunitario; organizarse en cosas concretas para poder reconstruir y seguir». Solo no puedes, con amigos sí. Y será por amigos en esta Semana Negra repleta de vida y de reivindicación.