Queremos tanto a Julio, a Bardem, a Susana, a María, a Jeosm, a Soler
2024-07-12
Crecer como escritora. En todo lo que ese término abarca. Eso es lo que le ha proporcionado a Susana Martín Gijón La Babilonia, 1580, aunque mañana podría (es una de las nominadas) darle también el premio Espartaco. Para esta novela histórica ambientada en la Sevilla de 1580, la autora, que fue presentada ayer, a las 18 horas, por Lorenzo R. Garrido, se ha documentado históricamente y profundizado su conocimiento filológico. Así ha construido una apasionante historia de aventuras en torno a un crimen ocurrido a bordo, concretamente en la proa, de la Soberbia, una de las naves de la Flota de Indias de Su Majestad. «Incluso en la carrera de Historia, este tema se menciona acaso por los pelos», reconoció Martín Gijón. Damos fe. Además de eso, lo que ya sabemos: que la historiografía se olvida de las mujeres; de los continentes allende Europa, de la otredad. Para cubrir esas ausencias llega La Babilonia, 1580. ¡Bendita ficción, benditas escritoras! «La literatura siempre es social», cerraba Garrido, «y en la obra de Susana hay una apuesta clarísima por exponer ciertos temas». Aventura, compromiso y mucha historia. Y, además, llenó.
Abascal, Meloni, Milei. El siempre genial Luis Artigue inició su introducción para Después de la derrota, de Paco Gómez Escribano, contando una historia de terror con solo tres nombres. Tenía, para nosotros, una mala noticia, pero también otra buena. Primero la mala. «El mundo se está derechizando que te cagas, y la novela negra también» -se llama también ‘thrillerizando’-, pero la novela negra autentica, «la hecha del lado de los perdedores», resiste. Esa es la buena. Después de la derrota narra la historia de Zip, un periodista maldito que se ve envuelto en una serie de truculentas desdichas tras asistir al funeral de un amigo de juventud y excesos.
«Las editoriales buscan thrillers porque son novelas que parecen películas», admitió Escribano. Le entretienen, pero no es lo suyo. «Yo pongo de protagonistas siempre a cuatro matáos», dijo a un público que no paraba de agitar los abanicos. El calor de ayer, el de antes del bastiazu, sí que era aterrador, lo de Escribano es realidad pura. La de las vidas rotas por la droga, la de las cárceles colmadas. Y habla de derrota, sí, pero de una derrota diferente. «¿Existe una dignidad que solo conocen los vencidos?», preguntaba Artigue, y sí. Es la dignidad de Bukowski, «una forma de vida. Dicen que del fracaso se aprenden situaciones magistrales». Todo eso es Después de la derrota. Intensidad, bajos fondos y la vida expuesta a entraña abierta.
«Yo soy un señoro…», reveló ayer Carlos Bardem, pero no nos lo creímos, así que enseguida se vio obligado a matizar: «…pero me sorprendo todos los días combatiendo contra el machismo«. Esa ideología, a la que ni renuncia ni quiere renunciar cuando aborda sus novelas, está también presente en Badaq, una de las novelas nominadas al premio Espartaco. La masculinidad tóxica que cubre toda la historiografía colonial, revisarla y ver la historia con una mirada femenina, fue la espita para la elaboración de la novela; reescribir, con otra visión, una gesta «basada en la depredación, en la conquista y en la violencia».
Y fuimos de ayer a hoy. Presentado por Laura Mas, Bardem recordó las protestas ante Ferraz en las que los manifestantes portaban cruces de Borgoña y muñecas hinchable. Eso, tamizado por el paso del tiempo, es el colonialismo. Lo que surge de valorar aquellos «procesos de expolio y de depredación a gran escala», según sus propias palabras, edulcorados por mitos y falacias. En Badaq quienes hablan son las víctimas: los indígenas, las mujeres, la badaq (una rinoceronta indonesia). No, definitivamente. Nada de ‘señoros’. Carlos Bardem nunca podrá dejar de ser el hijo de Pilar Bardem. Ni queremos que deje de serlo.
«Tan dura y oscura como dulce y luminosa». Así definió Leticia Quintanal la desgarradora Los de Bilbao nacen donde quieren, una autobiografía de la autora hispano francesa María Larrea, nominada al premio Rodolfo Walsh. «En este libro, morir, no muere nadie», apreció Quintanal, pero encaja en esta Semana Negra a la perfección, porque en él se suceden tramas detectivescas, dramas, una investigación familiar -verdadera- que entierra sus orígenes en la pobreza y la marginación de las abuelas de Larrea: una prostituta de Bilbao y una familia que decide abandonar a su hija. No esperen un ajuste de cuentas, ni real ni literario, porque no lo habrá. «Yo no he escrito para juzgar, he escrito para dar a luz, para entender las cosas, no para juzgarlas (…) En el bolígrafo puede haber cierta venganza», pero no es el caso. Eso sí: tampoco hay edulcoración. Larrea cuenta las cosas como son, con toda su crudeza; también con lo bello. Con toques fellinianos. «No teníamos nada de la familia que se ven en as teles; todo era en el margen, como una mesa a la que le faltaba una pata», recordaba Larrea. Sin embargo, dentro había amor. Mucho. Y un secreto que no les podemos desvelar, porque sería hacer ‘spoiler’ a una historia que merece ser leída.
Claudia Neira Bermúdez quiso presentar a Antonio Soler de la mejor forma: leyendo los primeros párrafos de su novela Yo que fui un perro, el diario de un joven obsesionado con su novia. «Al final del libro se dice que encontré unas páginas de un diario hace treinta años», explicó su autor. No es un recurso literario: fue real. Era el diario con una obsesión perturbadora hacia su pareja, en el que un estudiante de medicina llegaba a asegurar que se acordaba de la mujer… mientras diseccionaba un brazo en la facultad. De aquellas cuartillas surgió el libro, hoy nominado al Dashiel Hammett. «Lo que fue de él y de aquella relación no lo sé«. Ahí, y en la creación de los personajes, es donde surge la ficción.
La poética de aquella obsesión venía, sobre todo, por la ventana desde la que el protagonista real controlaba a su novia. Dentro de lo poético que pueda ser la historia de una relación enfermiza, del in crescendo del machismo del personaje, «un hombrecito que, en un momento determinado, dice: que no se piense que soy un perrito faldero«.
Arrancó, con puntualidad inglesa, a las 20.30 horas exactas, el homenaje a Julio Cortázar. En los años 90, explicaba Miguel Barrero, la editorial Alfaguara lanzó la colección dedicada al escritor titulada Queremos tanto a Julio, título surgido de la mente de Juan Cruz, que estuvo presente. De ahí el título del acto. «Es un escritor inolvidable; lo que escribió sigue palpitando; lo que dejó no se puede cambiar», dijo el editor. Pero en los años 90, cuando él llegó a Alfaguara, no todo el mundo pensaba así. Se infravaloraba la literatura sudamericana; se decía que a Cortázar «había que traducirlo».
Se equivocaban. De cabo a rabo. Hoy, la obra de Cortázar es estudiada en medio mundo. Olga Lobo, colaboradora de A Quemarropa, es una de las mayores expertas de la obra del hispano francés. «Cortázar es entrar en mundos fascinantes, ver el mundo de otra manera», afirmó. Es «fascinación por las palabras, por el lenguaje, por lo cotidiano». Sí, sí y sí. En la mesa también quisieron mucho a Julio Javier Serena, que alabó el «carácter lúdico y revolucionario de la escritura de Cortázar», aunque dejó caer que «no todas sus obras han envejecido bien». «En mi generación», dijo, por último, Jesús Marchamalo, «todos queríamos ser Cortázar, aquel escritor que para nosotros era un ser totalmente fabulado (…) Contaban de él que tenía una enfermedad que el impedía envejecer». Quizás tuvieran razón. Quizás Cortázar sea, a pesar de quienes le encontraban ininteligible en aquellos años necios que precedieron a su partida, inmortal.
A lo largo de toda la Semana Negra, y en esta misma Carpa del Encuentro, hemos podido (seguimos pudiendo) disfrutar de la exposición de fotografías No soy uno de los vuestros, una muestra por medio de la que Jeosm contempla, desde el burladero, los ambientes literarios a los que se siente ajeno. De ahí su título. A las 21.30 el artista charló con Jesús Fernández Úbeda y Miguel Barrero, para contar que fotografiar(nos), captar el alma de los escritores a través de su cámara le ha abierto puertas. Él, que venía del mundo del rap, pasó de mundos donde había mucho ego, «mucho postureo» a… un mundo donde, a veces, te encuentras con lo mismo, pero diferente. «A los luchadores, si les haces la foto el día antes del pesaje están muy flacos; el día de la pelea están bien… con los escritores, al final, soy el sexto o séptimo que va a hacerles una foto (…) Y un mal día lo puede tener cualquiera». No se dejen engañar por la humildad de Jeosm, porque los borda a todos. También a Millás y Arsuaga, a quienes retrató en una cama, al estilo del viejo matrimonio que aparentan ser en su serie de La vida y la muerte contadas de un sapiens a un neandertal. Acabó subiéndose al escenario, también, José Ramón Cuesta, «uno de los asturianos más grandes que yo haya conocido«. Se nos hizo corto, pero que no cunda el pánico: los retratos están también en libro, con textos alusivos a cada autor.