Compost literario

Pablo Batalla Cueto
2021-07-14
[Foto de J. Raúl González]
Comentaba anteayer nuestro Emérito, Paco Ignacio Taibo II (que no es el rijoso Emérito del que Juan Madrid escribe en el que presentó ayer) del libro que ha escrito sobre la insurrección del gueto de Varsovia, Sabemos cómo vamos a morir, que para escribirlo siguió un procedimiento que bien podríamos haberle encargado que contase en la sección «La aventura de escribir», porque es un briconsejo para escritores verdaderamente útil. Durante un tiempo, PIT dispuso una caja y fue metiendo en ella cuantas referencias iba topándose, aquí o allá, sobre aquella sublevación. Un recorte, una foto, cualquier texto que encontrase, ya fuese en yidis o ucraniano traducidos como se pudiera con el traductor de Google. «Algo así como una compostadora», pensé yo. Una compostadora, ya saben, es un recipiente hermético al que uno va arrojando cualesquiera restos orgánicos que genera; residuos humanos, animales, restos de comida, etcétera, que, al pudrirse, generan el compost, un abono potentísimo. De lo mucho, la descomposición hace uno y ese uno fertiliza y genera nueva vida.
Un libro es algo así. El escritor es una esponja que absorbe lo que le rodea; lo que ha leído, lo que ha viajado, lo que ha vivido, lo que ha soñado; y una compostadora cerebral que lo refunde todo en un libro que luego fertilizará las meninges de otros autores que, estimulados por él, escribirán los suyos. El libro Taibo es hijo de otros y de otros será padre. La literatura universal no es un conjunto de libros irreductiblemente sueltos, genialidades autogeneradas, sino una masa única; una trama total de la que todas las tramas de todos los libros son parte fusionada. De un libro se salta al otro y todo es en el fondo el mismo libro; la crónica completa del devenir histórico de este bípedo implume que llamamos ser humano. En la literatura nada se crea, ni se destruye: todo se transforma.
Hay mucho que compostar en este festival en el que, aun reducido, aun mutilado de sus extremidades canallas, y ya vendrán tiempo de desmutilarlas (no renunciamos a la feria, a los bares, a los chiringuitos, a la noche; no renunciamos, tampoco, al A Quemarropa en papel), decenas de historias acechan al escritor atento por todos sus rincones; de libros que leer, de personas majas a las que conocer y aventuras que vivir con ellas en este festival y este Gijón al que la Semana Negra hizo ciudad literaria. Acá se han urdido amistades duraderas y algún matrimonio; de acá salieron ideas multipremiadas cuando se encuadernaron. Somos una fábrica de aquel innominado material con el que se forjan los sueños que decía Humphrey Bogart en El Halcón Maltés.