Contactos estrechos: los sucesos del callejón del Rastro
Gijón negro

Arantza Margolles
2021-07-12
Barrio de El Carmen, 1902
Aquí no se inventa nada. Ni las pulsiones sexuales, ni los abusos de poder, ni las injusticias son más propias de una época que de otra; no, al menos, en la ley de la calle, donde poco importan los de arriba. O donde, mejor dicho, se les maneja al antojo de algunos, o de algunas, como es el caso. Porque María, La Coxa, fue un espectáculo en el Gijón de principios del XX. Literalmente: la protagonista del mayor que haya habido sometiéndose a un juicio por jurados en la primera década del siglo. Aquel fue por la muerte de un tal Acacio Loredo, que poco tenía que ver, el pobre, con los tejemanejes de La Coxa, pero que tuvo la mala suerte de pasar por el callejón del Rastro, por delante de la puerta del burdel de La Coxa, concretamente, en un mal día de 1902.
Por esta vez, los detalles del crimen en sí poco importan. Hubo dos parroquianos del lupanar que se enzarzaron a tiros y en medio de la ráfaga acertó (o falló) a pasar Loredo, un cerrajero de tuerta suerte. Eso fue. Lo negro, lo criminal, lo verdaderamente escandaloso llegó en el juicio, por el que pasó La Coxa como gallo que se pavonea en el corral y sabedora de que la justicia poco conseguiría hacer contra ella, dadora de placeres prohibidos a las más altas autoridades playas. «Tiene usted una hija la mar de mañosa», contaron algunos que le había felicitado, aquella noche, el mismísimo jefe de la inspección gijonesa. Más allá de los méritos de Lucinda, la habilidosa estudiante de meretriz, o de si el tiro mortal a Loredo lo había pegado uno u otro contrincante, los gijoneses se llevaron las manos a la cabeza al saber, de la boca del popular sereno Urbano Zarracina, que a La Coxa no le dolían prendas en presumir de contactos.
Que si su tugurio de mala muerte, allá donde se vendía carne al por mayor sin importar el cómo ni el quién, seguía abierto, era porque contaba con los contactos suficientes «no solo como para no pagar las multas» que le impusiera el sereno, sino incluso «para destituirle». Fue tangencial en el juicio, que era por lo criminal, pero definitivo para los gijoneses. Quien mandaba, en aquellos tiempos cambalache, eran las personas de la ralea de La Coxa. Pónganlo ustedes con las palabras que más les plazcan.