Conversaciones en la estación
La penúltima de Teobaldo

Teobaldo Antuña
2022-07-13
Aunque vayamos recuperando normalidad pospandémica, aún no es prudente, según Renfe, poner en marcha el Tren Negro, una atracción emblemática de la Semana Negra. Uno, amante de los trenes, lo pasaba bien en esa mezcla autores periodistas Madrid-Gijón. Pero, ciertamente, hacer ruedas de prensa enmascarados daría imagen de la banda de Jessie James; o, por acercarse más al ambiente semanero, a los Hermanos Dalton del tebeo.
Muchas de las personas que vienen a la Semana lo hacen en transporte público; trenes y autobuses desempaquetan a gentes que en ocasiones no tienen reparo en contar sus cuitas a grito pelado, informando a todo el pasaje. Como hace tiempo que he dejado voluntariamente el coche particular, tengo la libreta llena de apuntes de conversaciones por rutas varias.
Por ejemplo, en un trayecto de bus Oviedo-Vigo, que son horas, un coordinador de concesionarios de Citroën fue informándonos a voz en grito, como si el teléfono no funcionase, de sus promociones, descuentos y acciones especiales (eso sí, recomendaba prudencia comercial a los destinatarios: «no se lo digas a nadie», «oye, esto no lo cuentes, eh»).
El día de la inauguración semanera, viajaban detrás de mí dos señoras de San Martín del Rey Aurelio, y una de ellas culpaba a los líos por la estación de la derrota del PSOE local en las elecciones anteriores. Una pena, por cierto, que Oviedo y Gijón hayan coincidido en derribar dos hermosas estaciones de trenes.
Prefiero el tren, aunque los de FEVE se empeñen en echarnos, nos empujan a la carretera. El deterioro de las líneas, los materiales, los horarios y la moral del personal dan la sensación de que se trata de un cierre programado al detalle. Hace años que ya no uso el antiguo Ferrocarril de Langreo porque temo un asalto de los chiricahuas a la altura de La Curuxona. Y el viejo Carreño no le anda a la zaga; recuerdo a un matrimonio sueco con dos niños pequeños, desesperado, intentando orientarse a la altura de la estación de Xivares. La unidad venía trasladada de la línea Gijón- Laviana y en las pegatinas del recorrido, sobre la puerta, salía Tuilla, pero no Aboño.
En cualquier caso, la clientela es un espectáculo. Una chica transmite en directo su preocupación a la amiga que la espera: «¡Jo, tía, ye que va estar Carlos! Y él va dase cuenta, tía; y ye que, al final, lo mío con Carlos fue solo una noche». Todo el vagón se angustió con ella. Lamento desconocer si al final se percató el novio. Igual no: ¡si solo fue una noche!
Durante la mañana no hay actividades en la Semana, así que da tiempo de desayunar tranquilamente e ir a la playa. En una cafetería del centro, un cura castellanoparlante explicaba a dos acólitos tan poco jóvenes como él los asuntos de la eutanasia y el Orgullo, del que daba una opinión curiosa: «…tienen una carencia y alardear de ella es como si un ciego se sintiera orgulloso de serlo». A media mañana cambia la cátedra por el púlpito: «Me voy, tengo que decir misa».
Desde el arenal playu se oyen los ecos de los conciertos que se celebran en la Feria de Muestras; una señora se queja amargamente: «Pues imagínate si se oye así, cómo será en mi casa, que vivo en Somió. ¡Ya tengo ganas de volver a Madrid!». La capital, al parecer, es una balsa de aceite en lo que a ruidos se refiere.
Es tal el reflejo de la Semana en la sociedad gijonesa que al día siguiente de que Asturias Laica hablara de laicismo en los ayuntamientos había desaparecido la iglesia de San Pedro. Me saca del asombro la artista principal de GijónManía, no se trata de una maldad de la alcaldesa, sino de una bruma habitual en el litoral, debida a las diferencias de temperatura. Horas después, el templo ha reaparecido para tranquilidad general.
Las señoras de Sotrondio no hablaron de sus vecinas, conversación recurrente y aburrida de otras pasajeras, venían a ver a la filósofa. Amelia Valcárcel dirigía los encuentros en la casa de Rosario Acuña; con gran éxito de público, según referían, era necesario reservar plaza. Desde el cura a la pensadora, desde la iglesia de San Pedro, al oeste, a la de la Lloca’l Rinconín, en el levante, es extensa y plural la ciudad de Gijón. Como la Semana Negra.