Cuando el río suena: el crimen del río Pilón
Gijón negro

Arantza Margolles
2021-07-14
Tremañes, 1915
Dos muertes violentas en menos de dos años. No acaba de irse de esta columna la familia Entrialgo, que le parece que le ha cogido gusto a la criminalidad, y en esta ocasión que les traigo, por partida doble. Porque resultó que Román Entrialgo, primo de nuestra anterior víctima, apareció cadáver el 10 de septiembre de 1915 a orillas del río Pilón y muy cerca del molín de la Torre, que regentaba con no pocos problemas. Suponía, para desgracia del molinero, una polémica abierta como una herida reciente resquemando la piel: ¿debían ser las aguas del Pilón comunales y para uso de las lavanderas y los ganaderos, o seguir sirviendo al molino? Ni siquiera soluciones salomónicas como la ideada por Entrialgo, por el que nos toca ahora, habían servido en los días previos al crimen: un murete que dividía el caudal, enviando la mayor parte de las aguas al molino y una minoría al procomún.
De modo que el molinero del Pilón, Román Entrialgo, tuerto, de 42 años y con muchos enemigos, apareció acribillado a tiros y, por si fuera poco, también a puñaladas, con la sangre tiñendo de rojo las controvertidas aguas del arroyo. Y si antes les dije que íbamos a tener Entrialgos a pares fue porque el primer sospechoso, de nombre Manolo, era primo de nuestra víctima de hoy y hermano de la de ayer. Poca cosa. Una frase mal dicha en un chigre contra el muerto y un par de días en el cuartelillo, que derivarían con la incriminación de su hijo. Ya llevamos tres Entrialgos. José leía el mismo periódico que aquel del que procedían los fragmentos usados para rellenar las balas que mataron a Román. Uno de poca tirada, suponemos.
En fin. No mediaron muchas pruebas contra José, pero sí una definitoria: la declaración de un vagamundos que pasaba por allí, según afirmaba, en el momento preciso del crimen, y que apareció providencialmente para culpar a José. En aquella ocasión, ni tan siquiera la defensa del abogado invicto (ya no tan invicto), Benigno Arango, sirvió de mucho: catorce años le cayeron, al menos en la primera instancia, al primo de la víctima. ¿Y las aguas del Pilón? ¿Quién pasó a disfrutarlas? ¡Ah! Eso ya no nos lo contaron…