De Fakilo a Fakilo
Mujeres trabajadoras

Arantza Margolles
2023-07-11
Que si no aparecen las mujeres en los documentos, dicen, que cómo las vamos a historiar. Que mala suerte. Que no estamos. Como aquel meme de Internet: «¿Dónde está la contaminación, que yo la vea?». Bueno, pues mírela usted. Aquí la tiene, y es de ralea. Ni más ni menos que el documento más antiguo que se conserva de nuestra Edad Media. De la de la Península Ibérica, digo, nada de menor entidad. Año 803 y en julio, por las mismas fechas en que se celebra la Semana Negra, fíjese usted la curiosidad. La guardan en el Archivo de la Catedral de Oviedo y tiene como protagonista a una mujer de nombre extraño: Fakilo. Una mujer poderosa. Que contrata a un escribano que se llama Vilimerio y que escribe bien bonito, en letra visigótica y con tinta de hollín, para certificar que Fakilo, que posee pomaradas doquiera vaya (o, al menos, en Colunga, y el Villaviciosa, y tal vez también en Piloña), las quiere donar.
Por la cara, porque le sobran o porque quiere quedar bien con el abad Pedro, que controla el Monasterio de Libardón. A él le da el derecho a explotar una quinta parte de sus bienes, que Fakilo ha recibido de una herencia junto a sus hermanos, para obtener dinero para el monasterio. Tierras, bosques, pomaradas extensas, de todo. Y, por si no quedase clara su voluntad, amenaza Fakilo que quien se oponga al contrato, que habrá de condenarse al infierno «con Judas» y enfrentarse a una multa económica (por si acaso los descreídos). Pues bien. El documento, que ha estudiado con denuedo en los últimos años María Josefa Sanz, fue atribuido en los años noventa del pasado siglo, lo que viene siendo el otro día, a un señor. Y a Sanz, cuando le tocó estudiarlo, tuvo que justificar el cambio de género. Fakilo no era un nombre de varón, por raro que suene y aunque los historiadores que estudiaron su donación hace siglos le deformaran el nombre a Aquilo. Fakilos hubo tres, dice Sanz, en la documentación de San Juan de las Abadesas; existió otra, que era hija de Pedro Álvarez, en el siglo XII; y, en el mismo siglo, Fakilo Osóriz. Y esta, también. Propietaria y generosa tal vez no sea una profesión en sí, pero a Fakilo hay que revindicarla. Para que luego no digan.