De profesión, matador
Asturias no tan negra

Arantza Margolles
2022-07-11
Hablábamos ayer del desdichado trasiego y fin de la tortuga laúd de Tazones y nos llevábamos las manos a la cabeza de pura inquina, pero lo que diferencia el narrar historias con el hablar de historia es, precisamente, la contextualización de las primeras para entenderlas —que no necesariamente comprenderlas—. Lo que tiene de malo el contexto es que resta épica a los asuntos, bondad a los héroes y maldad a los villanos. ¿Cómo no iban a actuar como actuaron los de la lancha Joaquina si el mundo llevaba, a lo mínimo, más de doscientos años siendo así, despiadado con el animal y acogedor con el hombre? En pleno 2022 andamos aún en Asturias en pleno intercambio de opiniones —por decirlo finamente— en torno al exterminio o no del lobo (desde 1928 no hemos vuelto a tener mucho problema con los quelonios) y tampoco eso, como casi nada, es cosa nueva.
Una fecha: 1715. Ese año, la Junta General anuncia que se concederá cierto montante económico a quien sea capaz de probar haber hecho pasar a mejor vida a un lobo. Y hasta sabemos las cifras: cuatro reales el lobezno; lo mismo, pero en ducados, el adulto. Así que en aquel año los alimañeros, que siempre habían estado ahí, pasaron casi a la categoría funcionarial en el Principado de Asturias, y el tema se alargó hasta el final de las Juntas de Extinción de Animales Dañinos, en 1982. Entre uno y otro punto mediaron millones de animales muertos, unos cuantos héroes y no pocos timos, porque al alimañero, para cobrar su soldada, le bastaba con presentar una pieza sajada del cadáver del animal en cuestión. Del lobo, normalmente, el rabo. Del oso, una oreja. Del águila, las garras. Elementos todos reutilizables, aunque por un tiempo limitado en ausencia de refrigeración.
Con todo, han preferido contarnos casi siempre mejor las gestas de los grandes alimañeros, alimañeronos, que diríamos en Gijón. Fue famoso Xuanón Díaz-Faes, el de Cabañaquinta, del que las malas lenguas murmuran que, aunque carlista, podría haber llegado a compartir lecho o, al menos, requiebros, con la reina Isabel. Coincidió en el siglo con Toribión, un alimañero del L.lano de Somerón, en L.lena, que presumía de haber matado a varios osos con sus propias manos desnudas (con la ayuda de un cuchillo, eso sí). Con estas mimbres, ¿qué se esperaban ustedes, ingenuos lectores, que fueran a hacer los del Joaquina con tan descomunal tortugón? Pues claro, hombre.