Delmira Agustini: poesía y transgresión

Hortensia Campanella
2023-07-11
Cuando Ángel de la Calle me invitó a hablar sobre una transgresora en la Semana Negra de Gijón, sentí que se me abría un territorio inmenso. ¿A quién elegir? En primer lugar, deseché los personajes femeninos creados por la literatura. Al fin y al cabo, la índole de esos perfiles responde sobre todo a un autor o autora y yo prefiero, para esto, la realidad humana más que la literaria.
Me ayudó saber el lema de este año de la Semana Negra: Leer es la memoria. La literatura, la poesía especialmente, nos ayuda a vivir. Vivimos olvidando pero, como dijo Mario Benedetti, «el olvido está lleno de memoria». Así pues, por convicción y por deformación profesional pensé en vidas y obras literarias transgresoras. Elegí a una poeta de hace más de cien años. Delmira Agustini es una poeta uruguaya nacida en 1886 que vivió solo 27 años. Publicó en vida tres libros de poemas que fueron suficientes para provocar admiración y asombro en ámbitos literarios que iban mucho más allá de su entorno.
Empieza a publicar en revistas a los 16 años; el tono de su primer libro, El libro blanco, es ya de un erotismo arriesgado y llama la atención que esta casi niña se exponga así. Pero sus padres la apoyan siempre.
Cuando publicó su segundo libro, Cantos de la mañana, en 1910, ya había conocido a Enrique Job Reyes y era su novia formal. Él no integraba su círculo intelectual: era un subastador de ganado, y, según algunos testimonios, desdeñaba el quehacer artístico de su novia. Se conservan cartas de ella con un vocabulario infantil y enamorado.
Pero sus poemas no tienen nada de infantil, al contrario, denotan dualidad vital, drama, como se ve en uno de sus textos más conocidos:
«Lo inefable», de Cantos de la mañana:
Yo muero extrañamente… No me mata la Vida,
No me mata la Muerte, no me mata el Amor;
Muero de un pensamiento mudo como una herida…
¿No habéis sentido nunca el extraño dolor
De un pensamiento inmenso que se arraiga en la vida
Devorando alma y carne, y no alcanza a dar flor?
¿Nunca llevasteis dentro una estrella dormida
Que os abrasaba enteros y no daba un fulgor?…
Cumbre de los Martirios!… Llevar eternamente,
Desgarradora y árida, la trágica simiente
Clavada en las entrañas como un diente feroz!…
Pero arrancarla un día en una flor que abriera
Milagrosa, inviolable!… Ah, más grande no fuera
Tener entre las manos la cabeza de Dios!
Y su vida también se aleja de cauces convencionales.
Además de las mimosas cartas hacia su novio, sabemos que cultivaba relaciones amorosas, tal vez puramente platónicas y a distancia. En especial sabemos de la presencia de Manuel Ugarte, un escritor y conocido dirigente político argentino, inteligente, atractivo, que le da consejo y apoyo, incluso cuando pocos minutos antes de la boda ella, turbadoramente, le confiesa sus dudas. Delmira se casa en ese agosto de 1913, pero poco más de dos meses después vuelve a casa de sus padres arrostrando el escándalo. No sabemos más, las interpretaciones han sido múltiples,
Si bien decidió de inmediato pedir el divorcio, aprovechando la extraordinaria ley uruguaya de divorcio «por la sola voluntad de la mujer» de 1912, poco después se supo que seguía viéndose con su todavía esposo al menos una o dos veces por semana en una habitación que él alquilaba.
El 5 de junio de 1914 había salido la sentencia de su divorcio, pero luego, en una de esas citas secretas con su ya exesposo, el 6 de julio, este la mata de dos tiros y enseguida se suicida.
Si bien antes y después la situación se ha repetido una y otra vez, en cualquiera de nuestros países, desde el punto mediático podríamos decir que este sería el primer feminicidio de Uruguay. Y dada la fama de la poeta, su singular situación social y literaria, no extraña la cantidad de testimonios o posibles explicaciones que rodearon este trágico hecho humano y lo convirtieron en un mito.