El género daña
Tribunas de la plebe

Dulce Gallego
2021-07-16
Quienes lean este A Quemarropa quizás se pregunten por qué escribir de un tema como el género (no hablamos de géneros literarios) en el decano de la prensa negra. Precisamente porque asistimos a una historia negra. Lo que se ha dado en llamar transgenerismo (no transexualidad) cuestiona los avances en igualdad de las mujeres, atacando en la línea de flotación del eje de la lucha de más de un siglo de feminismo, especialmente desde los años setenta.
En ocasiones, cuando un movimiento despliega fuerza en el discurso y en la acción, de manera que aparece como importante a los ojos y sentir de la sociedad, surgen efectos indeseados: eso está pasando al feminismo. Nos quieren cambiar la agenda de las cuestiones que debe enfrentar para continuar avanzando en la igualdad de mujeres y hombres, en hacer de esta sociedad un lugar mejor, más habitable y justo. Tendríamos, y sobre todo las instituciones, que estar ocupadas fundamentalmente en cómo y por qué cada crisis afecta más a las mujeres, cómo la pobreza se feminiza y se ceba con la infancia; ocupados en los graves problemas medioambientales, en cómo salir sanitariamente de esta pandemia y cómo prevenir a futuro. Entretanto, parece que hay algo que afectando a tantos por cientos minimísimos de población se convierte en núcleo central del hacer político de un ministerio como el de la Igualdad.
No queremos las feministas discriminar: fuimos las primeras en hablar de la libertad de opción sexual, endefender y apoyar esa lucha. Pero años de análisis rigurosos, de reflexión y acción política nos llevan a divergir radicalmente con lo que eufemísticamente se está bautizando como trans. El feminismo puso sobre la mesa que la desigualdad se construye socialmente. No existe destino por cuestión biológica; la biología no determina el papel que deberíamos tener. Definió la estructura de poder que hace que los hombres tengan primacía sobre las mujeres, es decir, el patriarcado: en él la construcción sociocultural de sexo es el género. Los géneros son el resultado de la educación, valores y costumbres; determinan qué es recomendable o permitido para las mujeres y los hombres. El feminismo explicó cómo el sexo es la realidad observable y el género determina la distribución no igualitaria y asimétrica del poder. Siempre cuestionamos el género y propusimos acabar con roles y estereotipos que están impidiendo a las mujeres ser individuos de pleno derecho.
Por ello queremos sacar a la luz ideas mal formadas: por ejemplo, la idea de la identidad de género, derivada de una creencia interna que niega la existencia del sexo. Reconocer jurídicamente la identidad de género, además partiendo de una vivencia personal y por lo tanto subjetiva del cuerpo y otras expresiones como vestido, forma de comportarse o hablar, es contrario a la propuesta feminista de abatir las identidades. Que se reconozcan por ley vivencias internas y personales se asemeja bastante a que se reconociera por ley la personalidad.
El transgenerismo no es sino una de las manera en las que el género daña a las personas. Depende para su mera existencia de la idea de que hay una esencia de género, una psicología y un patrón de comportamiento que es apropiada para personas con ciertos cuerpos e identidades. El género, en el pensamiento tradicional patriarcal, como ya antes comentamos, prescribe maneras de vestir y de comportarse para las mujeres y los hombres. En el transgenerismo, el género parece perder su dirección y terminar en mentes y cuerpos de personas con partes del cuerpo que se consideran inapropiadas y que necesitan ser corregidas. Pero sin el género, el transgenerismo no podría existir.
Desde una perspectiva crítica y feminista señalamos que, cuando hipotéticos derechos de los colectivos llamados trans son inscritos en la ley y adoptados por las instituciones, ejemplifican ideas que son perjudiciales para la igualdad de las mujeres (más de la mitad de la población) y dan autoridad a nociones obsoletas de diferencias esenciales entre los sexos. El transgenerismo es, de hecho, transgresor, pero de los derechos de las mujeres y no del sistema social desigualitario y opresivo.
El género funciona como un sistema ideológico que justifica y organiza la subordinación de las mujeres, y por esta razón debe ser desmantelado. Las mujeres y niñas no podremos acceder a la plena humanidad y a los derechos y oportunidades de un estatus humano pleno mientras tenga vigencia social y sirva para controlar y limitar las vidas la idea de que hay rasgos de la personalidad y normas de apariencia que están natural y esencialmente asociadas con las niñas y las mujeres.
Desde el feminismo criticamos las políticas de identidad por emanar del conservadurismo y del individualismo extremo que comenzó bajo los regímenes políticos neoliberales a partir de los años ochenta. Las políticas de identidad reemplazaron el análisis político estructural y significaron que las personas pudieran reclamar identidades que les caían del cielo y no de las estructuras de poder de sexo, raza y clase. Las políticas de identidad iban en consonancia con el supuesto consumismo empoderado que representó ese periodo político. Las identidades, y las parafernalia que las sostenía, fueron consumidas en lugar de ser vistas como construidas a partir de fuerzas de opresión.