El glamur y la grisura del espía
2023-07-13
Con la moderación de José Manuel Estébanez se celebró ayer, en la Carpa del Encuentro, una interesante mesa redonda sobre un tema glamuroso y cautivador: el de los espías. Carmen Posadas, Jerónimo Andreu y Carles Quílez eran los invitados a disertar sobre esta figura tan prolífica de la literatura y el cine. Una figura que nos evoca, dijo Posadas, «lo que han retratado Ian Fleming, Frederick Forsyth o John Le Carré, todos espías por cierto», pero cuya realidad tiende a ser, eso sí, más prosaica. Como manifestó Andreu, «la vida diaria de los espías no tiene nada que ver» con las andanzas de James Bond, sino que es, por ejemplo, una tediosa cotidianidad de escuchar horas y horas de anodina conversación para extraer alguna brizna de información valiosa. Un trabajo aburrido. Posadas, hija de diplomático, recordó de sus años en Moscú una «casa llena de micrófonos, pero eran tan desastrosos los servicios secretos soviéticos en aquella época que, de vez en cuando, se invertían los micrófonos, y oías a los espías; tú estabas durmiendo a las cuatro de la mañana y sonaba una música trepidante u oías una conversación acalorada y eran los espías, que se aburrían tanto que se peleaban entre ellos, y tú tenías que golpear la pared y decir «por favor, cállense»».
En todo caso, estamos en un festival literario, y los espías literarios son otra cosa; «un magnífico ladrillo», reflexionó Quílez, «para hacer lo que hacemos los que estamos aquí». El espía «da un enorme juego», manifestó el escritor, por dos motivos. El primero, su versatilidad moral: «El espía, en tanto que investigador, puede ser muy bueno y estar al servicio del bien o ser muy malo y estar al servicio de operaciones torticeras y perversas; es extraordinariamente poliédrico». Por otro lado, deviene el juego que dan los espías de su carácter desconocido. «A mí me hace mucha gracia», bromeó Quílez, «cuando me dicen: «Carlos, ¿tú conoces a policías de la Secreta»». Precisamente por pertenecer a la Secreta son desconocidos, deben serlo. Pero ese desconocimiento abona la creatividad literaria. «Como no conocemos los parámetros, el terreno de juego en que se desenvuelve un espía, si en un momento dado nos tenemos que inventar que del talón de un zapato sale un microchip que se conecta a un radar y que eso permite inmovilizar a un tipo en Ucrania, pues vais y os lo creéis, o si no los lo creéis da igual, porque os encanta creerlo», expuso el escritor.
Hay, abundó Andreu, muchos perfiles distintos de espías; al espía se le contrata «precisamente por su capacidad de mimetizarse y el campo tan amplio de posibilidades que ofrece». Muchos hemos conocido, probablemente, a algún espía alguna vez sin darnos cuenta; y esa sorpresa, ese poder ser cualquier persona un espía, es también material literario de primer orden.