El laberinto de la cultura
2023-07-12
Cultura, palabra mayor. «La cultura en su laberinto»: tal fue, ayer, el título de una interesantísima mesa redonda celebrada en la Carpa del Encuentro; una mesa sobre lo cultural, su gestión y los caminos de su futuro. Participantes de lujo: Hortensia Campanella, Jazmín Beirak, Uría Fernández y Marta Sanz, moderados por Miguel Barrero.
Se habló de política, palabra maldita, rehuida, como si la cultura pudiera ser apolítica. Jazmín Beirak trasladó a sus contertulios y al público la reflexión de que una política cultural ideológica no es, o es menos, «aquella que promueve determinados mensajes, determinados contenidos, o a la que le interesan películas que hablen de determinadas cosas, o de temas desde determinadas perspectivas». A Beirak le interesa más «pensar que lo ideológico de una política cultural tiene que ver con las lógicas de ordenación del campo cultural, con las condiciones materiales para el desarrollo de las capacidades culturales». Quién hace cultura, quién tiene acceso a ella, quien participa de ella, quién define lo que es, serían las preguntas a hacerse; y los debates concomitantes, por ejemplo, «apostar por una política centralizada o descentralizada, por que haya grandes plataformas que acumulan y que tienen una actitud depredadora con el sistema en su conjunto o por diversificar la cantidad de agentes, favorecer la transversalidad de la cultura, promocionar la cooperación versus la competencia». Beirak puso un ejemplo brasileño de la política cultural que a ella le interesa: unas ayudas a la creación que otorgaban puntos positivos a aquellos proyectos que cooperasen entre sí: «Lo público servía para tramar el tejido cultural, no para ponerse a pelear por pocos recursos». Se trata, en fin, no de defender, por ejemplo, «el feminismo en cultura para que todo esté pintado de morado», sino «para que las mujeres puedan contar historias, participar en todos esos relatos, disfrutando y produciendo».
Las instituciones democráticas tienen una responsabilidad, concordó Hortensia Campanella: la de «promover, facilitar, dar dinero, a todos aquellos movimientos y actividades que puedan resultar en un mejoramiento social colectivo». Puso el ejemplo de la Semana Negra: una «enorme fiesta popular» de la que, dijo, «veo la cantidad de voluntades que hay detrás y pienso que sería imposible que se desarrollara si no hubiera una decisión política, en el mejor sentido de la palabra política, de hace resto y de mantenerlo a lo largo de treinta y seis años». No hay que pensar solamente, manifestó, «en experiencias individuales de yo frente a un televisor», sino en actividades colectivas como esta. Pensar en ello desprendidos de lógicas neoliberales según las cuales solo puede subvencionarse aquello que es rentable, como apuntó Marta Sanz. Para la escritora, justamente «las cosas que hay que subvencionar son las que pueden producir extrañeza, las que no son fácilmente asumibles», aquellas que «te obligan a empinarte un poco, a sacarte de tus casillas y a romper con tus expectativas». Y la cultura no debe ser «una opción de consumo que a mí me sirve para demostrar lo lista que soy y para acumular un capital cultural del que luego puedo hacer exhibición», sino «un pretexto para conversar y para ver cuáles son las lacras de nuestra sociedad e intentar cambiar todo lo que está mal hecho». Debe tenerse, dijo Sanz, «confianza en las palabras, en el lenguaje». Y seguridad en las convicciones antineoliberales, y sobre todo en el desprecio a quienes abanderan esos discursos de rentabilidad. Como recordó Barrero, «la industria cinematográfica más subvencionada es la de Hollywood, porque Estados Unidos sabe que el cine produce un capital simbólico, y estamos viendo con Vox cómo ahí donde puede coge las concejalías y consejerías de Cultura, para dar pasta a quienes ellos quieren dar pasta, a quienes construyen el capital cultural».
Salió a relucir asimismo el tema de la inteligencia artificial, un «tsunami» que, a juicio de Uría Fernández, nos conduce a un «futuro negro». Fernández puntualizó no ser tecnófobo, pero estar preocupado por cómo la tecnología «va mutilándonos y, en cierto modo, atrofiando capacidades que teníamos», caso de Google Maps con nuestra capacidad de orientación. «Estamos diciéndole a una máquina «quiero una pintura que sea así y así y así, y conforme a este estilo», a estilos ya creados», ejemplificó; y eso «a lo que nos va a conducir es a evitar que en el futuro podamos generar nuevos estilos, crear nuevas obras hasta ahora desconocidas, porque los referentes van a ser siempre los mismos, repetidos ad infinitum». Sanz, eso sí, no compartió este tono apocalíptico: «la inteligencia artificial es una cortina de humo para que no señalemos a los responsables de nuestras miserias cotidianas». De momento, dijo, no le da «absolutamente ningún miedo», y lo que le parece es una cosa «chorra, hortera».
Reflexiones de altura en la SN, donde no solo se presentan libros, sino que se tienen debates profundos como este.