El libro y la magia de la inteligencia artificial
Tribunas semaneras

Ana Rosa Iglesias
2023-07-10
Los libros siempre han formado parte de mi vida. En mi primera infancia, de forma oral, a través de los cuentos que me leía mi abuela, a la que le pedía las gafas para leer yo, en mi creencia de que eran mágicas y con ellas entendería lo que decían los renglones siguientes, hasta que comprendí el significado de aquellos signos escritos que formaban palabras y frases, y comencé a leer yo sola. Cada libro era una aventura que me llevaba a otros lugares distintos a los que yo habitaba, a conocer personajes (para mí reales) que me mostraban formas de vida diferentes. Cada final de un libro era el comienzo de la búsqueda de otro; era volver a la librería o a la biblioteca y rebuscar en los estantes haciéndome siempre la misma pregunta: ¿y qué leo ahora?
Años después, en los que mi afición a la lectura solo hizo que aumentar, conocí el mundo del libro desde dentro y mi idea se transformó, pues ya formaba parte de un proceso que hasta ahora desconocía y que, describiendo a grandes rasgos, comenzaba con la entrega del libro a los agentes literarios, o directamente a la editorial. Corregíamos las galeradas y pasaba por la imprenta, llegando a las distribuidoras que lo remitían a su vez a las librerías, y finalizaba, generalmente, con su presentación. Esta presentación era un primer contacto con el libro. Su autor, su autora, nos hablaban de los motivos que les habían llevado a elaborar esas páginas y a compartir sus ideas con los lectores. Nos daban pistas para afrontar la lectura de su libro.
Ese mundo sufrió un primer cambio: cuando las grandes cadenas de distribución comenzaron a determinar los tipos de libros que debían editarse, principalmente en función de su rendimiento económico. Pero nada que ver con el cambio actual. Por una parte, han cambiado las formas en que puedo acceder a la lectura (se han incorporado las plataformas digitales a las librerías y bibliotecas) y la herramienta en qué leo (papel, ebook, tablet, etcétera), Y por otra, y para mí la más importante, la incorporación a nuestra vida de la Inteligencia Artificial (IA).
Con este cambio, también ha cambiado mi forma de plantearme la lectura, ya no solo de libros, sino de la lectura en general. Para elegir un texto, hasta ahora, indagaba datos sobre el autor o autora, sus obras anteriores, reseñas de sus escritos, opiniones sobre ellos, etcétera. Ahora ya no; ya me asaltan otras preguntas: ¿qué parte de este escrito ha sido elaborado por el autor o autora y qué parte por la IA? ¿Ha utilizado la IA solamente como un apoyo para investigar, para documentarse, y así argumentar mejor sus planteamientos? ¿Qué preguntas le ha hecho a la IA y qué parámetros le ha indicado? Y yendo más atrás, ¿qué algoritmos se han utilizado? ¿Qué personas están detrás de estos algoritmos? ¿Por qué no sabemos nada de ellos? Y otras: ¿qué pasa con los derechos de autor? ¿De nuestros derechos como lectores a saber cuál es la procedencia real de la obra? ¿Qué normas regularán la intervención de la IA en nuestras lecturas?
Porque la IA no es magia. Existen personas y corporaciones, con intereses propios, detrás de la llamada Inteligencia Artificial. Porque tampoco es inteligencia, sino autoaprendizaje a base de un suministro ingente de datos, nuestros datos, que son obtenidos sin nuestro consentimiento en la mayor parte de las ocasiones.