El río de la vida
Pablo Batalla Cueto
2023-07-09
Ayer, hojeando los stands de las librerías, este año cubiertos por una voluminosa carpa, vi, en uno de ellos, sendos ejemplares de bolsillo (dos tomos) de La Regenta. Y entonces me acordé de una profesora de lengua que tuve en el instituto. No era buena maestra. Era perezosa y errática. Llegaba tarde, pasaba olímpicamente de dar clase y se dedicaba a contarnos historias no relacionadas con la materia, a leer y comentar el periódico, cosas de esas, pero ni siquiera hechas con la gracia y la habilidad de un profesor excéntrico pero que, por vías extravagantes, no deje de transmitirle a sus alumnos los conocimientos que está llamado a proporcionarles. Pero hubo un par de semanas que le dio por dedicar a hablarnos de La Regenta. Y lo hizo con tal pasión contagiosa que conservo aquellas cuatro o cinco clases, desde las cuales siento como si hubiera leído la gran novela de Clarín sin haberla leído, muy vívidas en la memoria, recordándolas como uno de los nueve o diez momentos de mayor disfrute y aprendizaje de toda mi vida escolar. Tuve profesores mucho mejores, más regulares, más honestos, más profesionales, a los que recuerdo menos. Y no sé. Es curioso. ¿Vale más -me preguntaba yo mientras seguía paseando de librería en librería- el breve momento de genialidad de un mediocre, o una medianía correcta, estable y sin sobresaltos?
Luego me compré el primer libro de esta XXXVI SN. No fue La Regenta, sino Las tierras altas de Albania, de Edith Durham, del que me cautivó esta sinopsis: «Cien años después del mítico viaje de Lord Byron por Albania, la viajera Edith Durham vuelve a recorrer las misteriosas tierras balcánicas que entonces, a principios del siglo XX, y todavía bajo el dominio del Imperio otomano, se conocían como el Cercano Oriente. Muy pocos extranjeros se habían adentrado en la región de las altas montañas albanesas, en sus límites con los territorios de los actuales Montenegro y Kosovo. Cuando Durham las visita, aún persistían estructuras sociales y costumbres medievales ya perdidas en otras zonas de Europa, por lo que su testimonio es hoy una fuente enormemente valiosa para reconstruir el pasado de esta región».
Qué interesante, ¿no? Debía de ser una mujer fascinante, esta Edith Durham. A lo mejor podríamos dedicarle un Transgresoras, pienso. Este es el primer párrafo del libro: «El gran río de la vida no fluye de la misma manera para todos los pueblos. En algunos lugares se arrastra perezosamente a través de monótonas llanuras, sin fuerzas para inundar las orillas sobre las que se desmoronan los vestigios de un nebuloso pasado; en otros, se precipita torrencialmente, labrando nuevos cauces, llevándose por delante los antiguos lugares de referencia; o bien se aleja de la corriente principal formando remansos que languidecen asfixiados bajo los escombros de todas las épocas». Qué maravilla.