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El secuestro de la libertad


2022-07-15

Sobre la libertad de expresión en tiempos de guerras charlaron ayer Patricia Simón, Sergio Ramírez, José Manuel Fajardo, Berna González Harbour y Carlos Bardem, bajo la moderación de Pablo Batalla, en la actividad que clausuró, con permiso del concierto de Aurora Beltrán, el programa de actividades en la Carpa del Encuentro. Fueron muy aplaudidas por el público las intervenciones de los cinco participantes, que disertaron sobre el estado actual del free spech y la libertad de prensa, las mordazas que distintos poderes imponen sobre los cronistas de la realidad, los efectos perversos de las redes sociales o sus dimensiones positivas, caso de la denuncia que posibilitan hacer de tropelías que, grabadas por cualquiera con su iPhone, pueden llegar a la opinión pública a pesar de que los medios convencionales traten de acallarlas.

Bardem fue contundente al abrir el turno de intervenciones enunciando su opinión de que «la libertad de expresión goza de muy mala salud». No enfrenta —opina— «situaciones que no haya enfrentado antes, pero sí algunas cosas nuevas que tienen que ver con la viralización de la información, el descrédito de la verdad y la democratización de la mentira». Habitamos un mundo de bulos que, como recordó Simón, no tienen nada de espontáneo, sino que son orquestados por una «agenda internacional» que invierte «cantidades ingenes» en un combate mancomunado contra las democracias, en pos de destrozarlas desde dentro. La periodista malagueña es muy crítica con la manera típica que tienen los medios de gestionar este ataque: «Convertimos en un titular el último tuit escandaloso y lo que hacemos es reproducir el discurso asqueroso basado en metiras», lamentó, en lugar de ir a la raíz del asunto; al «fenómeno de encuentros para gestionar la respuesta entre Bolsonaro, Orbán, Abascal, Erdogan, etcétera» que por ejemplo se producen, al modo de una especie de Comintern autoritaria.

Se habló también de la precariedad del oficio periodístico; del «asesinato económico» que a juicio de Bardem es y que provoca claudicaciones comprensibles. Recordaba el actor que el gacetillero Eduardo Inda le puso una querella por acusarlo de mentiroso en televisión; querella que ganó con facilidad: el problema —explicó— «es que yo me puedo pagar un abogado, pero a otra gente sí le cierra la boca». Bardem insistió por lo demás en sus intervenciones en recordar que «no solo los periodistas están amordazados, sino que nosotros estamos amordazados» en un momento en el que se verifica «un perfeccionamiento de los mecanismos de control de la opinión, no ya de los profesionales de la opinión» y en un país en el que «hay gente que va a la cárcel por decir que los Borbones son unos ladrones». Tenemos —lamentó asimismo Patricia Simón— «un delito de odio» que podría ser celebrable si sirviera para «poner coto a toda esta nueva agenda para secuestrar las democracias e instaurar regímenes autoritarios», pero del que vemos que quien lo utiliza «son las clases privilegiadas para atacar a quienes defendemos los derechos humanos».

De la precariedad de los periodistas habló también Harbour, que no dejó de referirse a un turbio asunto que está en el candelero español en este momento; una trama cloaquera de la que hemos sabido a través de unos audios hechos públicos, y donde el periodista Antonio García Ferreras reconocía haber publicado bulos sobre Podemos a sabiendas de que no solo eran falsos, sino burdos. Harbour quiso, de todas maneras, sacar pecho por «el oficio sacro» del periodismo y todos esos periodistas, «los de grandes sueldos y los de bajos sueldos» que «queremos otra cosa» y que «intentamos hacer bien nuestro trabajo», a veces jugándose la vida. Que el periodismo es una profesión útil lo demuestran asuntos que se recordaron también ayer en la mesa, como la persecución contra Julian Assange justamente por desvelar las manipulaciones perpetradas en los grandes centros de poder, que recordó Fajardo, o los asesinatos de periodistas en México, que recordó Ramírez, mencionando también las penurias de los periodistas en su país, donde el tirano Daniel Ortega cierra periódicos que deben reconstruirse en el exilio.

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