Escalera hacia el cielo

Jorge Fernández León
2022-07-06
Pasaba un coche con las ventanillas bajadas y su equipo vomitaba Stairway to heaven a todo trapo esa mañana cuando me dirigía al Ayuntamiento de Gijón a reunirme con Paco Ignacio Taibo, Juan Cueto, puede que Chus Quirós y nuestro alcalde. Me quedé escuchando un rato como se perdía la canción a lo lejos. Cuando un trio de agitadores culturales de esa altura iban juntos a algún sitio sería para compartir una idea que valdría la pena. Algo me había contado mi jefe y convocante Tini Areces de aquel aquelarre en el que, más cerca que lejos, también participaba otro iluminado emprendedor como SilverioCañada. Se trataba de traerse a Gijón un festival de novela criminal. Y de hacerlo en un escenario adecuado, de la mano de una idea que PIT2 traía masticada y que, tras la reunión comenzó a crecer hacia la dimensión espectacular de aquella primera edición.
Acabado casi de llegar a la alcaldía, Vicente Álvarez Areces quería que la política cultural tuviera un cada vez mayor papel en la creación de un orgullo de ciudadanía que Gijón tanto necesitaba en aquel período crítico. Y Paco Taibo, de una intención inicial más modesta (la celebración de una reunión de la Asociación Internacional de Escritores Policíacos), pasó a diseñar junto con sus amigos y al equipo de trabajo de la Fundación Municipal de Cultura un festival híbrido que superaba los clichés de alta y baja cultura para explorar mil facetas de la cultura popular.
Apoteosis de la mezcla, imitada muchas veces y ahora multiplicada en su esencia en muchos lugares, la Semana Negra entusiasmó desde el principio a Tini, que vio en ella un conductor más de su estrategia de transformación del municipio. Participativa, cercana, abierta y combativa, representaba bien una idea que tuvo, desde esa primera edición, eco internacional pero, sobre todo, supuso un enorme y duradero impacto local en Gijón y en Asturias entera. Era posible combinar y agradar con soluciones radicalmente distintas a las ya ensayadas.
Tengo muy mala memoria, pero recuerdo vívidamente esa escalera hacia el cielo. Pensé, mucho más tarde, que como ocurrió con las primeras interpretaciones de la canción de Led Zeppelin, nadie podía imaginar que algo así pudiera convertirse en un himno; ni tampoco que una idea así de disruptiva pudiera alcanzar la dimensión de esta. Nadie salvo aquel grupo, Taibo y los tres que hoy faltan a la cita, que lo sabían de sobra. Es la ventaja de los visionarios sin complejos. Pueden hacernos ver más allá de nuestras aplicadas narices. Solo hay que saber oírlos.