Escribir entre convulsiones
2023-07-09
Como un «gusto orgásmico» describió ayer Fritz Glockner el placer de moderar la mesa redonda, titulada Literatura en tiempos de cambios, que cerró ayer, antes de dar paso al concierto de Aníbal Menchaca, la programación en la Carpa del Encuentro. No era para menos; el plantel era de lujo: los argentinos Claudia Piñeiro y Raúl Argemí, la uruguaya Mercedes Rosende, el mexicano Miguel Cane y el inclasificable yugoslavo-franco-peruano Goran Tocilovac, que charlaron y debatieron sobre el reto de escribir en una era convulsa.
Se habló, por ejemplo, de cómo «está cambiando», razonó Miguel Cane, «la manera de escribir», o regresándose a nivel global a «ciertos temas o estilos o géneros que habían caído en desuso». Cane puso el ejemplo del «resurgimiento del western, de la novela del Oeste», con su atractivo de plantear «temas filosóficos en un ambiente de acción agreste y de aventura», o el de la novela gótica del que él mismo es exponente con su reciente Corazón caníbal, ambientada en la frontera mexicana. Un escritor, dice, escribe siempre «lo que quiere, la clase de libros que a él le hubiera gustado leer; no solamente piensa en el lector, sino en sí mismo». Hoy se da la paradoja, reflexionó, de que «lo único constante en la existenca es el cambio, y por lo tanto no importa qué tanto cambien las cosas, porque las cosas siguen siendo iguales».
Se habló del momento político; de un «momento prefascista» (Tocilovac) «no solamente preocupante, sino espeluznante», que por supuesto tiene una incidencia cultural, literaria, aunque Piñeiro quiso trasladar a sus contertulios y al público asistente la reflexión de que «no solamente la gente de izquierdas lee» y de que «el auge del fascismo no necesariamente va a significar que se va a leer menos»; tan solo que «quizás no van a leer lo que nosotros quisiéramos que lean». Los fascistas leen también, y también hay una izquierda que no quiere que se lea, recordó Piñeiro, haciendo un alegato, desde su condición de persona de izquierda, de que «en la derecha también habrá gente que tenga espíritu democrático» y de que hay teóricas izquierdas, como la de Ortega en Nicaragua, que hacen cosas como violentar la biblioteca y la colección de instrumentos musicales de la Fundación de Sergio Ramírez. «Me parece», dijo la autora argentina, acabando por arrancar un aplauso del público, «genial estar en contra del fascismo, y hay que buscar elementos democráticos para estar en contra del fascismo, pero también hay que criticar si Ortega rompe los libros de la biblioteca de Sergio Ramírez o si en Cuba meten presos a artistas», por más que se trate de gobiernos que son o históricamente han sido de izquierda, a los que produzca, como progresistas, cierta incomodidad criticar.
Mercedes Rosende compartió con el público su viejo interés por las crónicas de guerra y su frustración porque ya no existan más: «La inmdiatez ha llegado a tal punto», relató, «que yo entro en Twitter y leo las noticias de lo que está pasando en la guerra de Ucrania y, además, inmediatamente geolocalizo lo que me están diciendo. Si yo sospecho que la noticia no es buena, inmediatamente geolocalizo y veo el lugar y veo si hubo un avance, un bombardeo». La era de Internet es la era de la inmediatez, de la proximidad. Pero eso es bueno a juicio de la optimista Rosende: «La inmediatez, el estar a un clic del otro, me da esperanza; me hace pensar que las cosas se van a poder solucionar».
Los escritores siguen siendo necesarios en época de convulsiones. Pero a juicio de Argemí, deben asumir que no son tan importantes; hacerse la cura de humildad de entender que no son una suerte de inmortales semidioses. «Los poetas creen que la inmortalidad se puede alcanzar con un poema, pero es mentira: todo muere en algún momento, y el arte también. Borges decía en algún texto y alguna entrevista en Francia que hubo poetas que eran enormemente leídos y a los que nadie lee más, y ni siquiera sabemos que existieron».