Exorcismo en ‘noir’
Diario de un Exorcista

Jesús Palacios
2023-07-11
Más de una vez mis compañeros de profesión y confesión me han hecho notar la incongruencia, al menos según su punto de vista ortodoxo, de mi declarada pasión por el género criminal con mi propio credo y funciones dentro del cuerpo de la Iglesia. Tanto la novela y el cuento clásicos detectivescos como la moderna novela negra, derivada del hard boiled estadounidense y del realismo naturalista francés, son visiones esencialmente materialistas y laicas del mal, como producto o subproducto de la propia naturaleza humana. De hecho, el estilo deductivo, la novela enigma o problema, que se decía en mis tiempos de seminarista, suele ocuparse a menudo de casos en los que aparentemente intervienen poderes sobrenaturales, para, precisamente, desmontarlos después utilizando la lógica, descartando siempre lo imposible aunque sea para llegar a lo improbable, como diría el viejo Sherlock.
No parecen mis críticos tener en cuenta la larga estirpe de sacerdotes con aficiones detectivescas que parte del seminal (con perdón) Padre Brown, de G. K. Chesterton. Parecía divertirse este católico, tan razonable y apasionado como solo puede serlo un católico en tierra de herejes, en hacer de abogado del Diablo, pues su campechano sacerdote se dedica también, pese a su Fe, a demostrar que los crímenes de apariencia sobrenatural son solo eso: apariencia, engaño, trampantojo. Para Chesterton y su cura de campiña, lo milagroso está en otra parte. Dios no necesita artimañas fantásticas o vulgares manifestaciones diabólicas para demostrar Su existencia. De otros sacerdotes más dudosos, como Fray Cadfael o Guillermo de Baskerville, mejor no hablar, pues, sobre todo el segundo, franciscano como es, puede que mereciera más la hoguera que algunos criminales. Por su parte, la novela negra es directa y crudamente materialista, laica e incluso a veces anticlerical, declaradamente atea o, cuanto menos, agnóstica. Pero no es de esto de lo que quería hablar aquí.
Lo que quería decirles (figuradamente, pues este es un diario de uso estrictamente personal y privado) es que también existe un género de exorcismo y exorcistas netamente noir, que pese a mostrar la realidad de la existencia del Diablo y sus poderes, incluyendo la posesión, sigue muchos de los patrones de la novela negrocriminal más canónica (nunca mejor dicho), incluyendo sus tropos narrativos y hasta algunos tristes tópicos. ¿Nadie se ha dado cuenta de que El exorcista, novela de William Peter Blatty y película de William Friedkin, es puro noir? Tenemos a un protagonista con una madre anciana enferma, alcohólico y en plena crisis personal, que ya no cree apenas en su profesión: el Padre Karras, tan atormentado, bebedor y para colmo exboxeador, como cualquier detective privado que se precie. Tenemos a un viejo sacerdote veterano que ha luchado con el Diablo y sabe bien de su existencia, pero al que la edad y el débil corazón convierten en una especie de antihéroe crepuscular, agotado y falible. Tenemos al cinéfilo teniente detective de homicidios William Kinderman, que trata de desenmarañar las muertes que rodean a la poseída Regan con insistencia, paciencia y constancia dignas de Colombo… Y tenemos, sobre todo, un tratamiento de la historia en el caso de la novela, prácticamente de thriller, y en el de la película de un desarmante realismo cuasidocumental. ¿Se puede ser más noir? Pues sí: lean Legión, del propio Blatty, convertida también por su autor en estupenda película: El exorcista III, donde Kinderman se enfrenta a un serial killer, a desentrañar una misteriosa tragedia del pasado, a la muerte de su mejor amigo y a un hospital lleno de corrupción física, moral y espiritual (¿será también una crítica al sistema de salud estadounidense?), conjugando el whodunit con el police procedural y el humor judío existencialista, que el católico Blatty, de origen libanés, mamara en su Nueva York natal.
Sobre todo y por encima de todo, como en la mejor novela negra, tanto en El exorcista como en Legión, el caso se resuelve, pero el Mal sigue siendo un problema irresoluble. El Problema del Mal, claro. No es poca cosa, no. Lástima que el cine y la novela de exorcismos no hayan seguido casi nunca después esta senda neonoir, prefiriendo convertirse en tebeos de superhéroes con alzacuello. Pero sepan ustedes que entre Philip Marlowe y el Padre Karras la mayor diferencia es que el primero lleva gabardina y el segundo sotana. Y en cuanto al teniente Kinderman, ese amable Maigret neoyorquino, entre Spinoza y Lenny Bruce, al que dieron vida (¡y cómo!) Lee J. Cobb y George C. Scott en la pantalla ¿por qué no tiene ya su serie de Netflix, por Dios?
Transcripción de D. Jesús Palacios,
Hermano lego de la Compañía de Jesús,
Secretario de la Congregación de los Ritos.