La búsqueda de un lenguaje mítico para lo monstruoso

Michelle Roche
2021-07-16
Nueve escritores invitados a la SN hablan de la escritura de sus libros; de la chispa que la motivó, las procelosidades de su proceso de documentación o las dificultades y obstáculos encontrados durante la redacción y cómo se resolvieron, con vistas a aconsejar y ayudar a escritores noveles o que aspiran a serlo. Hoy, Malasangre, de Michelle Roche.
El lenguaje adquiere en la literatura un cariz particular vinculado a su búsqueda del goce estético. Se encuentra en el mismo renglón de prioridades de la escritura en donde están, por un lado, la narrativa y, por el otro lado, el personaje y el punto de vista. El estilo narrativo resulta de la amalgama entre las necesidades que plantea un argumento y la idiosincrasia de cada autor o autora. Se trata de la articulación de un código propio de signos. Hay diversas formas de contar una historia, pero hay un estilo específico ya no solo de cada persona que escribe sino también de cada proyecto literario.
En Malasangre, el lenguaje presentó un desafío particular. La novela comienza en 1921 y narra la entrada a la adultez de Diana Gutiérrez. Ese año explota en Venezuela su pozo petrolero más importante y el país entra de lleno en el capitalismo mundial, inaugurando el Estado rentista que se mantiene hasta la fecha. Cuando Diana descubre su condición de hematófaga —una precondición para el vampirismo— pone a prueba sus concepciones morales, las de su familia y las del país. Es época de sufragistas y vamps, pero a Diana quieren casarla o meterla en un convento no para curar su mal, sino para disimularlo, según los intereses de su padre prestamista y su madre beata. Para madurar, ella debe debatirse entre las turbias diferencias entre el bien y el mal establecidas por la grotesca sociedad patriarcal de la dictadura de Juan Vicente Gómez. La aceptación de su condición monstruosa implica varias renuncias, pero supone el hallazgo de su libertad como mujer.
Como la novela se cuenta desde el punto de vista de Diana, que recuerda los hechos más de treinta años después de que ocurren, cuidé con especial esmero su lenguaje. La narración en primera persona evidencia la estructura mental de la protagonista. Mi desafío fue construir, desde el siglo XXI, la consciencia de una adolescente criada en una sociedad poscolonial de principios de la centuria pasada. A ese problema se le añadía mi condición de venezolana inmigrante en España y la necesidad de que el lenguaje lo entendieran lectores de mi país de residencia, de origen y de cualquier otro en Hispanoamérica. El primer desafío lo resolví a través de la lectura voraz de la literatura de la época, de ficción tanto como de no ficción. El segundo implicó el trabajo consciente sobre el vocabulario de los personajes. Cada palabra, por cotidiana o exótica que parezca al que lee fue puesta en esa novela con cuidado. Ninguna expresión dice solo una cosa. Porque el lenguaje del militarismo del pasado sirve de metáfora para el patriarcado del presente y la sed de dominación de las élites en Venezuela de antes es la misma que la de ahora. Cambian las personas, pero no los vicios.
Malasangre es una novela de formación que bebe a partes iguales de los géneros histórico y fantástico. Los hechos reseñados son históricos, pero sus personajes caminan en el límite entre lo real y lo mítico. Para el avance parejo dentro de ambos géneros, me ocupé, primero, de narrar la historia lo más cercana a la realidad que me fuera posible hacerlo y apelé a lo fantástico cuando necesitaba subrayar la persistencia del mito del vampiro en temas como el parasitismo que ejercemos los humanos sobre la tierra para extraer sus minerales, la manera en que la demonización de lo femenino busca perpetuar la condición secundaria de la mujer o la vulgaridad bestial del poder sin límites. A esto lo llamo el trabajo con el registro mítico de la literatura y es un aspecto que revela un sentido de obra en donde se unifican mi producción narrativa con la ensayística. Se trata de mi convicción personal de que no solo debemos contar una historia con belleza, sino que la belleza (o la monstruosidad) también debe decir algo con respecto a nuestro presente.