La novela histórica y su jerigonza

Fermín Goñi
2022-07-11
Nueve escritores invitados a la SN hablan de la escritura de sus libros; de la chispa que la motivó, las procelosidades de su proceso de documentación o las dificultades y obstáculos encontrados durante la redacción y cómo se resolvieron, con vistas a aconsejar y ayudar a escritores noveles o que aspiran a serlo. Hoy es el turno de Fermín Goñi, autor de Un día de la guerra de Ayacucho.
Para definir lo que es una novela histórica —un término sobre el que no existe unanimidad ni entre autores ni entre lectores—, he recurrido a la Biblioteca Nacional de España (BNE). En uno de sus espacios la BNE la define así: «Se entiende por novela histórica aquella que, siendo una obra de ficción, recrea un periodo histórico preferentemente lejano y en la que forman parte de la acción personajes y eventos no ficticios. Debe distinguirse por tanto entre la novela histórica propiamente dicha, que cumple estas condiciones, y la novela de ambientación histórica, que presenta personajes y eventos ficticios ubicados en un pasado con frecuencia remoto. Puede establecerse una distinción más con lo que se ha denominado la historia novelada, en que la historia es narrada con estrategias propias de la novela, aunque sin incluir elementos de ficción».
Estoy muy de acuerdo con esta definición y también con la diferenciación que señala: no es lo mismo novela histórica que la novela de ambientación histórica. En ambos casos, es decisivo lo que ya señaló el maestro Gabriel García Márquez hace muchos años: lo importante de una novela es su arquitectura, cómo se ha construido la estructura. Porque ese suele ser uno de los fallos más comunes en algunas obras que pretenden ser novela histórica. Lo primero, por tanto, es la estructura (que no es sino el guión de lo que se quiere narrar, detallando personas y situaciones, y también su jerigonza, el lengua específico del tiempo histórico sobre el que se construye la novela). La jerigonza no tiene por qué ser una complicación sino la forma de añadir el punto de sal a la narración histórica.
Tan importante como lo anterior es el rigor a la hora de relatar. Y el rigor viene de la documentación, que es el paso previo de cualquier novela histórica que se precie. Es preciso estudiar (y mucho) la época y el hecho histórico, conocer en profundidad a los personajes y ser pulcros a la hora de establecer las fechas, porque de ello depende la credibilidad que los lectores le darán a la obra. Si lo que se va a narrar ocurre en mayo de 1808 y en Madrid, no cabe que el autor, despistado por su propia arquitectura previa, confunda el día o el mes, porque entonces su obra tendrá muy poco de histórica aunque el texto sea brillante. De igual modo el retrato de los personajes hay que ajustarlo a lo que de ellos se conoce de manera fehaciente, aunque luego cada autor los describa a su modo y con su estilo.
La novela histórica no sustituye a la Historia. Pero en muchas ocasiones, cuando la documentación previa es precisa, ayuda a comprenden la propia Historia. Se podría decir que son una forma más entretenida y amable de entrar en la Historia que un libro de texto. Por eso es tan conveniente —lo repito para que no haya dudas— que la documentación del autor sea completa. Normalmente se tardan años entre la documentación y la propia novela, porque ese es el tiempo que el escritor ha tenido que dedicar a comprender el hecho, las personas y la circunstancia que luego quiere narrar. Es un proceso largo, pero absolutamente imprescindible para que el lector sepa que lo que está leyendo, aunque novela y con todos los recursos literarios que se quiera, está basado en hechos contrastados. La novela histórica es un género difícil, pero apasionante.