La polis
2023-07-13
En ocasiones se reivindica la democracia griega clásica como antecedente de la actual, pero, realmente, se parecen muy poco. La primera y más crucial diferencia tal vez sea la de que la democracia ática diseñó sus mecanismos pensando en evitar el poder de las oligarquías, mientras que la nuestra nació preocupada por obstaculizar el poder de las masas. Lo explica bien Andrés de Francisco en el prólogo a la edición de Capitán Swing de un clásico de Mogens H. Hansen, titulado La democracia ateniense en la época de Demóstenes: los padres del constitucionalismo moderno eran devotos de la tradición clásica, en la cual basaban sus ideas del buen gobierno, pero más bien de la romana, y de la griega conocían sobre todo, no a los defensores de la democracia, sino a sus críticos. Debido a ello, «por cada mecanismo contramayoritario propuesto por Madison, Hamilton o Jay —el veto presidencial, el bicameralismo, el gran tamaño de los distritos electorales, el nombramiento indirecto de los senadores, la reelegibilidad de los representantes— encontramos uno o varios mecanismos contraminoritarios de la democracia ática: el sorteo, la rotación obligatoria, la brevedad de mandatos, la publicidad y transparencia en la toma de decisiones, la masiva popularidad de los tribunales de justicia, la remuneración política…».
Otra gran diferencia es que el ágora ática no se entendía como un parlamento al que acudiesen posiciones cerradas e irreductibles, que trazaran esa aritmética de quesitos de colores de los hemiciclos modernos, y donde se votasen las cosas, y el que sacara un voto más que los demás ganase, sino como un espacio de deliberación del que solo se salía cuando se alcanzaba la unanimidad. El ideal era que uno saliera del ágora con posiciones distintas de aquellas con las que había entrado. No necesariamente opuestas, sino simplemente distintas; tal vez las mismas, pero matizadas con los argumentos escuchados a los adversarios.
Ayer, en la radio a la que cuenta Teobaldo Antuña que fuimos Miguel Ángel Fernández, Pilar Sánchez Vicente, Ernesto Burgos y un servidor para charlar sobre la Semana Negra, mencioné esto. Lo mencioné porque me parece que la SN tiene algo de eso. Un espacio de virtuosa deliberación ática, aunque sea entre lonas de carpa y no entre piedras venerables, del que uno sale con ideas distintas que aquellas con las que entró. Una polis efímera donde, como en toda polis, se habla de política. No somos apolíticos, nunca lo hemos sido, nadie lo es. Allá donde hay dos opiniones divergentes sobre un asunto, hay política, dice Rancière. Todo lo demás son fuegos de artificio; aquello que decía Saza en no recuerdo qué película (¿La escopeta nacional?, ¿Amanece que no es poco?): «soy apolítico de derechas, como mi padre». Pero nosotros no somos apolíticos, no en el sentido de que seamos sectariamente políticos, sino en el de que hablamos de los problemas de la polis y de cómo solucionarlos. Lo hablamos mediante novelas, cómics, películas, todos los formatos que ya saben que se dan cabida aquí. Novelas escritas por literatos de izquierdas, de derechas y mediopensionistas. Gente que está pensando en lo que pasa y trasladando sus reflexiones en el soporte en el que más cómodo se siente.
Pericles se sentiría muy a gusto en este festival. Acá, como él, se buscan la verdad, el bien común y la belleza.