Ladrillos, ventanas, un tejado

Pilar Sánchez Vicente
2021-07-14
Nueve escritores invitados a la SN hablan de la escritura de sus libros; de la chispa que la motivó, las procelosidades de su proceso de documentación o las dificultades y obstáculos encontrados durante la redacción y cómo se resolvieron, con vistas a aconsejar y ayudar a escritores noveles o que aspiran a serlo. Hoy, Sangre en la Cuenca, de Pilar Sánchez Vicente.
Una de las claves del éxito de mis novelas (y a la vez mi perdición) es la documentación utilizada. Como documentalista que soy, no puedo negar que me resulta fácil identificar y seleccionar la requerida para cada una. Peco de exhaustiva y rigurosa, consulto fuentes en todos los formatos, veo películas y escucho música ad hoc, acudo a archivos y bibliotecas, navego por el proceloso océano de Internet…
Soy obsesiva en este aspecto porque considero que mis lectores son muy exigentes e inteligentes. Igual no tanto, pero es un punto necesario de partida pensar que los demás son siempre más listos que tú. Además, ahora tienen la Wikipedia a un clic, que a veces aclara y a veces confunde, pero es un pozo de sabiduría que siempre aporta y complementa, aunque solo sea para servir de objeto de discusión. Al fin y al cabo, cuando escribes abres puertas a la imaginación, pero también al conocimiento. Si estás leyendo y en el texto aparece una localidad, suelo localizarla en el mapa, como busco una palabra nueva en el diccionario. Ahora tenemos herramientas para acceder a toda la información al alcance de la mano.
Pero, como se suele decir, en el pecado llevarás la penitencia. ¿Cuál es el problema? Un exceso de documentación puede hacer una lectura farragosa, añade retrogusto, pero con demasiada el plato es incomible. Una novela es como un plato Michelin: en ambos casos hablamos de una obra de arte cuya creación exige planificación, diseño, elaboración, pruebas, presentación… Un trabajo ímprobo para que los comensales se lo ventilen en un plis y digan «me supo a poco». Que es lo mejor que te pueden decir, por otra parte. Vale más quedar con ganas que empachar.
Lo breve, si bueno, dos veces bueno.
Pongamos un ejemplo: podía ser cualquiera otra de mis novelas, porque en todas me pasa lo mismo, ¡y llevo 12! En esta Semana Negra presenté Sangre en la Cuenca. Uno de los temas abordado era el tráfico de drogas. Para no patinar en la materia y utilizar datos ciertos (aprendo mucho en cada viaje), me leí sesudos informes ministeriales y policiales. Que, por supuesto, vertí en las páginas debidamente filtrado y en boca de un policía, Matías, de la brigada de estupefacientes. Filtrado, ja.
La composición de una novela yo la divido en tres partes: documentación, composición y corrección. Esta última es la más importante.
En la primera abres el Excel, inauguras la Moleskine y vas llenando la saca de ingredientes. Cuando finaliza, ya tienes el guion y sabes cómo empieza y acaba. Los cimientos están puestos, aunque el plato todavía no tenga nombre. La segunda podría también denominarse el vomitorio. Llenas y llenas páginas sueltas a medida que las historias fluyen. Como diría Cristine de Pizan, fabricas los ladrillos, las ventanas, el tejado y pieza a pieza vas levantando las paredes y distribuyendo los huecos de tu nueva casa. Será en la tercera cuando, ya terminada, lo mires desde arriba y descubras que hiciste un dormitorio diminuto, un salón oblongo y una cocina donde no cabe la mesa.
Es el momento de arremangarse, poner cerca la papelera virtual (antaño física) y empezar a escribir con la goma de borrar.
En líneas generales, como fruto de mi aprendizaje y de los consejos recibidos, sobran descripciones físicas detalladas, sobran descripciones literales de las ciudades y ornamentales de los paisajes, sobran las anticipaciones de la acción, la mayoría de personajes secundarios y todo aquello que distraiga la atención e interrumpa el hilo narrativo.
¿Qué le pasaba a Sangre en la Cuenca? Como el tema del tráfico de drogas y sus ramificaciones en el escenario estatal e internacional es apasionante, había escrito una tesis sobre las drogas más que un diálogo. Matías echaba unos rollos infumables, era un pesado. Mal. Sobre todo porque en esa conversación mantenida con la inspectora Sara Ocaña se dejaba caer un dato que iba a servir de pista para la resolución final del caso. Dato que quedaba diluido en el exceso de información que lo envolvía y que solo contribuía a despistar.
Conclusión: cortar sin piedad. Eliminar, reubicar, seleccionar la idea principal y darle forma prescindiendo de adornos, bifurcaciones, excesos. No tengas miedo de quitar párrafos completos, páginas, corifeos…
Así todo, siempre te sobrará algo…