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Las rosquillas, el perrito y una muerta: un mundano crimen que trajo cola

Gijón negro

Arantza Margolles
2021-07-11

 

El Llano, mayo de 1904

Verán. El crimen, máxime en semanas negras y criminales como la que nos ocupa, va recubierto muchas veces de un halo de misticismo. De misterio. Pero resulta que también lo mundano entra muchas veces en juego; y que eso fue lo que pasó a finales de mayo de 1904 en un pisito de El Llano. Que mataron a una mujer que, según algunos periodistas, no importaba a nadie. ¡Vaya! Rosa Muñiz, se llamaba la interfecta, y apareció cadáver junto a una botella de ron y un perrito la mar de vivaz. Ella, exánime, no pudo hablar de lo ocurrido, pero no tardó en saberse. Sugirió la prensa que ofrecía sus servicios licenciosos a cargo de la «supervisión» de un tal Gerardo Pidal, muy fino él, que se hacía acompañar siempre de dos de los golfos más golfos de aquel Gijón de la no tan bella belle époque: Cristóbal Rendueles, Balín, y Bautista Buznego, Fediondu.

Y bueno. Ocurrió que el trío calavera fue a casa de Muñiz a pasar el rato, que el alcohol obró su magia y que se generó reyerta, y así acabó la pobre mujer, con un cuchillo clavado en el corazón. Fin de la historia, supuestamente, e inicio de la guerra entre periódicos. De un lado, El Noroeste, azote de la autoridad, que cargó las tintas contra la ineptitud de la policía y de la guardia municipal, perezosas en lo que a resolver el vulgar crimen se trataba. Del otro, El Comercio, que acusó a su rival de ser una «tía Javiera periodística» al más puro estilo de la Villa y Corte, donde muchas rosquilleras anunciaban su producto como el de la Javiera, quien fuera la más competente pastelera callejera de la ciudad años ha.

En fin. Lo cierto es que tan vulgar no fue aquel triste crimen de El Llano del año cuatro. Porque al Balín y al Fediondu, pareja criminal, pero a cierto punto también cómica, les fueron encontrando, y a Gerardo también. El primero cayó en Santander y los otros dos en Bilbao, donde el chulo había intentado pasar desapercibido rasurándose el bigote y tapándose con maquillaje la cicatriz que le atravesaba la mejilla izquierda, al más puro estilo de los malos de películas. Cuando se celebró el juicio, ya en 1905, todos los periódicos sin excepción hablaron de su resultado (negativo para todos, por supuesto). Las rosquillas vendían ejemplares que era un primor.

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