Libros contra los monstruos
Pablo Batalla Cueto
2023-07-07
Hace unas semanas se celebró la Feria del Libro de Kiev, y ha circulado mucho por las redes el cartel del festival. En él, un libro abierto es un parapeto con el que cuatro hombres y un bebé desde un carricoche resisten las acometidas de una miríada de amenazas: aviones, obuses, un tanque, una serpiente que con su lengua viperina llega a sortear el obstáculo, pero es rechazada por uno de los hombres, blandiendo un bastón. El mensaje es sencillo y es precioso: los libros son un arma contra la barbarie. No son la única: he ahí el bastón, sin el cual el libro no sería bastante para evitar a la serpiente. Pero el hombre que lo blande puede blandirlo con calma porque el libro lo protege de todo lo demás.
Los libros, ya se sabe, son la primera víctima de cualquier tiranía. Se hicieron hogueras con ellos en Berlín en 1933, en España en 1939, en Santiago de Chile en 1973. Se cuenta la historia de que, en estas últimas, los milicos quemaban los libros sobre cubismo, pensando que hacían referencia a la revolucionaria Cuba. Después, durante el horror, los libros circulan clandestinos, se copian y difunden de maneras creativas y discretas, siguen siendo una amenaza temida por los dictadores. Se puede ir a la cárcel, se puede acabar ante un pelotón de fusilamiento, por poseer determinados libros, por leerlos. Y determinados libros pueden seguir siendo subversivos siglos después de haber sido escritos. Mientras estas líneas se escriben, está reciente la cancelación, en Briviesca, de la representación de una obra de teatro, La villana de Getafe, por sus «insinuaciones sexuales». El autor de esta obra sediciosa es nada menos que Lope de Vega.
La SN va de muchas cosas; y va ante todo, ya lo saben, de promocionar la lectura. Pero la promoción de la lectura no es, en realidad, un ir de que se pueda separar limpia, quirúrgicamente de todo lo demás. Fomentar los libros, y no unos libros determinados, muy escogidos, marcados con un nihil obstat, sino los libros en general, la libertad de escoger los que uno quiera, de debatirlos, de rebatirlos si merecen serlo, fomentar, en suma, la palabra («me queda la palabra», escribía Blas de Otero), la escrita y la hablada, su intercambio, su diálogo, en un país en el que las palabras se quemaron y se acallaron en un solo monólogo de voz aflautada, y comienzan a olisquearse los primeros aromas de la preparación de fogatas, es per se una posición política. Ideológica. Líbrenos Dios de la funesta manía de pensar, le decía un célebre pelota a Fernando VII. Nosotros queremos librarnos de la funesta manía de no hacerlo.
Leer, dice nuestro lema de este año, es la memoria. Y la memoria siempre es revolucionaria. A los tiranos tampoco les gusta la memoria, porque la memoria es aquello que hace que nos acordemos de todas las veces que existieron otros tiranos, y, sobre todo, de cómo se acabó con ellos. Nos lo cuentan los libros.