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Los héroes del 1001


2022-07-16

¡Qué mañana la de aquel día! Un día lejano ya. Corría el año 1973 y un grupo de sindicalistas de la ya arrolladora Comisiones Obreras fueron condenados por el franquista agonizante en el famoso Proceso 1001. Cristina Almeida y Paco Acosta se sentaron ayer en la tarima de la Carpa del Encuentro para recordarlos con la moderación de Darío Díaz y Ursula Szalata, en una actividad desarrollada en colaboración con la Fundación Juan Muñiz Zapico. Memoria histórica de la lucha española por la libertad que tuvo en aquellos hombres —como Marcelino Camacho o el propio Juan Muñiz Zapico— algunos de sus mejores paladines. Uno de ellos era Paco Acosta.

El sindicalista sevillano evocaba ayer «la saña con que se portaron con nosotros»; el escarmiento que el régimen pretendió dar al poderosísimo movimiento obrero a través de aquellos diez de Carabanchel a los que se llegó a imponer —fue el caso de Marcelino Camacho o Eduardo Saborido— condenas de veinte años y un día. Recordaba Acosta que el total de las condenas sumaba 162 años de cárcel, el vasto movimiento que aquella ignominia desató en toda España en forma de movilizaciones exigiendo su liberación o la movilización de las esposas de los condenados por toda España, recabando apoyos de toda clase de gente de buena voluntad. Evocaba asimismo su separación dentro de la prisión de Carabanchel, donde había una galería para presos políticos, pero a los diez condenados se los dividió en dos grupos que fueron enviados a alas opuestas. Comisiones Obreras estaba «en el ojo del huracán» como el vigorosísimo enemigo de la dictadura que era.

Cristina Almeida emocionó a su vez al numerosísimo público congregado ensalzando «una historia llena de héroes y heroínas que han dado lo mejor de su vida para cambiar el país para todos». La Transición —proclamó— «parece que nos la dieron unos señores que se reunieron en un convento, pero nos la han dado estos», dijo señalando a Acosta; «los cientos de miles de trabajadores de la Duro Felguera, de la mina de La Camocha, etcétera» o los dos trabajadores, Amador Rey y Daniel Niebla, que murieron disparados por la policía en los sucesos de Ferrol de 1972, acontecidos un año antes del Proceso 1001. Tuvo buenas palabras la gran abogada laboralista de la Transición para la ley de Memoria Democrática que acaba de aprobarse en el Congreso: «Se ha contado solo la historia de los vencedores, pero no se ha contado la lucha de los vencidos», lamentó. Almeida deleitó también al respetable trayendo a colación anécdotas sorprendentes de aquellos años, como la alegría de José María Gil Robles al conocer el asesinato de Carrero Blanco. Un asesinato, aquel, que a juicio de Acosta, y contra lo que se dice a veces con cierta ligereza, perjudicó a la naciente democracia en lugar de acelerarla, en tanto cerró caminos rupturistas al eclipsar la fuerza y el prestigio enormes que había adquirido el movimiento obrero pacífico y consolidar una imagen violenta de la oposición antifranquista. «La organización terrorista ETA», disertó, «aprovechó que estaba prevista una movilización importantísima de los trabajadores de España para pedir nuestra liberación»: Carrero, como es sabido, fue asesinado el día que estaba previsto el juicio a los diez de Carabanchel. ETA «pensaba que así su atentado iba a tener mas repercusión» en forma de un cierre de filas reaccionario que —desde la mentalidad del cuanto peor, mejor— desatara quién sabe qué revolución. «Lo que hizo ETA fue ponernos en un peligro real de haber desaparecido», denunció el veterano sindicalista.

Qué hubiera sucedido si tales o cuales cosas no hubieran pasado es imposible saberlo. Sí es seguro que Comisiones Obreras es el sindicato más grande de España; y que, como apuntó Acosta, «con aquel susto que pasamos, porque lo pasamos muy mal, hemos sido los que pusieron los cimientos de este edificio con sus defectos y sus virtudes».

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