Los idilios y la traición: el caso Arias
Gijón negro

Arantza Margolles
2021-07-09
El Humedal, marzo de 1924
Traje negro, calcetín gris, camisa azul con raya menuda blanca, camiseta encarnada, un sello de plata en el dedo; la cara, tornasolada; al viento, una melena recogida hacia atrás; sobre el pecho, un disparo mortal. Había sido un auténtico dandi en vida quien ahora yacía muerto a una esquina de la vieja iglesia de San José. Allí donde la oscuridad se enseñoreaba para solaz de los amantes, donde «se acostumbran a encontrar a altas horas de la noche determinadas parejas en nocturno idilio», mataron a Manuel Arias, un empleado del Ferrocarril de Langreo, en la madrugada del 24 de marzo de 1924.
Pueden los idilios, siempre, quebrar el corazón. Todos. Lo que no se supo nunca, a ciencia cierta, al menos para el común de los gijoneses, fue cómo lo hicieron en el caso de Arias, muerto en una noche tan negra como la Semana que hoy empieza. «A causa del viento reinante, que se embotellaba con fuerza en el callejón, nos fue imposible encender cerillas», narró El Comercio los pocos días (las últimas referencias al caso Arias son del 27 de marzo) que le dejaron. Sigue: «Solo el resplandor que producían al encenderse y apagarse rápidamente permitió ver la lividez del rostro del muerto», a quien habían separado, según los forenses, desde arriba, del cuello hacia abajo. Quizás que el asesino fuera más alto que él, dijeron algunos; o que la víctima yaciera, en el momento del óbito, inclinado hacia abajo.
Fueron tiempos románticos, que no siempre quiere tener un significado positivo. Pasionales. Los idilios pueden siempre quebrar el corazón, pero no siempre lo son por amor ni por lujuria, como los papeles se empeñaron en sugerir en el caso Arias. No lo contaron, pero de Arias sí llegaron a arrestar a su captor. «Peligroso sindicalista» aquel tal Celedonio Hernández, dijeron, aquel que en una noche de primavera del 24 acabó para siempre con la vida de quien se sugirió amante pero a quien, en verdad, le enfrentó una delación. Meses antes de morir, Arias había puesto a las autoridades sobre la pista de Los Solidarios, heroicos o villanos, según se mire, atracadores del Banco de España en Gijón.
Los idilios quiebran los corazones, sí. Pero también la traición.