Los que nos han definido
Mujeres trabajadoras

Arantza Margolles
2023-07-15
Hay una película francesa de 2010 que en su día pasó bastante desapercibida, vaya usted a saber por qué. Vénus noire narra el triste caso de quien dijeron llamarse Sara Baartman. Digo «dijeron» porque ella ni siquiera se llamaba así, ni modo; imposible semejante nombre occidental en una mujer khoikhoi, esa tribu mal llamada hotentote, nacida a finales del siglo XVIII en Sudáfrica. Malos comienzos para Sara, o Saartije, su nombre holandés. Acabó de esclava y en la ciudad, lejos de su gente, la descubrió un doctor británico que vio negocio en ella. Ocurría que el cuerpo de la Baartman, como tantas otras mujeres de su etnia, era esteatopígico, esto es: acumulaba un porcentaje de grasa mayor que la media en los glúteos, y eso, en Europa, llamaba mucho la atención. Así que acá que nos trajeron a Saartije, contra su voluntad, para exhibirla como un fenómeno de feria, desnuda como la trajeron sus dioses a este mundo; impúdica, venusiana, «we accept her, one of us», que cantaban los freaks de Tod Browning. Si el visitante soltaba una moneda más, le dejaban magrear las nalgas de Sara. Si ella se ponía fiera, le caían latigazos. «La mujer orangután», llegaron a anunciar los carteles. Si eran dos monedas, puede que el cliente consiguiera pasar con ella a un reservado.
Eso era Saartije. Dos nalgas. No sabemos cómo se llamaba para poder nombrarla correctamente. Tampoco ha trascendido mucho que fuera, según dijeron algunos científicos franceses que denunciaron públicamente su polémica exhibición, una mujer inteligente, políglota, conversadora, mentalmente superior a quienes vendían su cuerpo. No tuvo una buena vida, háganse cargo. Se la llevaron de este mundo unas viruelas, con tan solo veinticinco años, pero no con eso se frenó la infamia. Vaciaron su cuerpo en yeso; le sajaron los genitales y le extrajeron el cerebro para exhibirlos en el Museo del Hombre (ni siquiera así consiguió convertirse en el de la Mujer) de París. La convirtieron en momia y siguieron enseñándola desnuda hasta el año 2002, cuando, por fin, consiguió volver a su patria. En fin: aquella sociedad en la que ya se alzaban algunas, pero escasas, voces discrepantes, fue la que durante mucho tiempo nos definió. A las mujeres, digo. Gaëtan Delaunay, antropólogo, dijo, por ejemplo, en 1881, a un siglo del nacimiento de Sara, en la Revue Cientifique de Paris, que «la mujer es más golosa, más ávara, más orgullosa, más envidiosa, más rencorosa que el hombre». Vaya por Dios. De eso venimos. Por eso aún nos cuesta salir.