María, la que surcó los cielos
Asturias no tan negra

Arantza Margolles
2022-07-13
Como pasa hoy con el reguetón —y puede que se quede ya vieja quien esto escribe al mencionar ese género y no el trap o lo que sea que demonios se reproduzca en el Spotify de las juventudes de 2022—, no siempre están del todo bien vistas las cosas que están de moda. Hoy son los ritmos latinos, pero hace cien años lo fueron las aviadoras. Así, con a. En femenino. Manuel Chaves Nogales, periodista con bastante poco de reaccionario, llegó a ganar allá por 1927 el premio Mariano de Cavia por el reportaje que le dedicó, en El Heraldo de Madrid, a Ruth Elder, bella aeroplaneadora de ojos garzos que llegó a España volando (evidentemente). La Elder, decía Chaves Nogales, tenía «el sabor ácido de la fruta verde aún», era una «nadería» de niña y, además, tenía las manos feas, «que es como si no las tuviese» porque, claro, chico, las utilizaba para trabajar… en un oficio tan masculino como la aviación.
A semejantes fruslerías del micro (o macro) machismo habría también de enfrentarse nuestra particular Ruth Elder, aunque esta, María Bernaldo de Quirós, también las dejaba caer. Madrileña pero de familia llanisca, Bernaldo de Quirós, viuda temprana, se sacó la licencia de aviación en 1928, siete años después de que lo hiciera el primer varón y tras tan solo unos meses de instrucción a la vera de Díaz de Lecea, futuro ministro del Aire franquista. Según Lecea, la mayoría de mujeres eran «incapaces de ese esfuerzo» del pilotar un avión, porque para hacerlo hacía falta pasar frío, «y madrugar, y ensuciarse de grasa». Desconozco qué estadísticas manejaba Lecea para no afirmar lo mismo en el caso de los hombres, aunque dudo que la mayoría de ellos pudieran pilotar aviones en aquel año en que en Asturias brillamos, por un lado, en el arte de matar quelonios gigantes, y, por otro, en dar a la humanidad a la primera aviadora española.
La primera de verdad. En palabras dadas al reportero del Estampa que la entrevistó (y que tuvo a bien, para evitar malentendidos, exponer junto a sus fotos de aviadora una maquillada y peinada como una señorita, «vestida de mujer», sin que nada revelase «exteriormente […] su energía», la Bernaldo se negaba a verse convertida en el fardo en que se había convertido Elder, que nunca había pilotado sola un avión. «¿Por qué no han de ser aviadoras las mujeres en España y en todos lados? ¡Si es muy fácil!», se decía la llanisca de adopción. Meses después, le impidieron formar parte del Real Aeroclub de España —lo que venía siendo un poco como federarse— solo por el hecho de ser mujer. Y el olvido se enseñoreó con ella, aviadora pero, principalmente, según el del Estampa, propietaria de «unos ojos negros, grandes, bellísimos, unos ojos positivamente antirreglamentarios». Por si a alguna entusiasmada lectora se le olvidase cuál era su rol principal como mujer. A ver qué va a ser tanta moda ni tanto modo. Igual que con el reguetón.