Melilla: crónica de una masacre

Juan González
2022-07-15
El 24 de junio de 2022 será definido como un viernes negro, uno de tantos de la historia de la humanidad, acaso como un eufemismo para evitar las palabras represión, muerte, dolor, injusticia… que se ajustan con mayor precisión a lo que ocurrió en la valla de Melilla, esa que impide el sueño de una vida digna de los que no tienen nada que perder, porque no tienen absolutamente nada.
La valla de Melilla se alza en la frontera hispano marroquí como un insulto a la razón, como una fortaleza, un símbolo del poder de los que pueden. Junto a ella se amontonan cadáveres sin rostro, heridos y detenidos custodiados por soldados armados.
A las seis de la mañana comenzó la estampida cuando centenares de desesperados que empujados por las fuerzas armadas de Marruecos para desalojar el bosque donde se ocultaban esperando el mejor momento para intentar cruzar la frontera bajan las calles de Nador a la carrera y se lanzan a la valla a como sea.
De las dos mil personas que bajaron por esas calles, donde las esperaban las fuerzas marroquíes, unas 1500 llegaron a la valla, 500 lograron caminar los cien metros que separan la esquina del enrejado del paso fronteriza y 133 consiguieron llegar a territorio español.
Los migrantes que llegaron al paso del Barrio Chino para pasar a la ciudad autónoma española quedaron atrapados en una ratonera, en un cuello de botella, donde fueron atacados por la Guardia Civil española por delante y por las fuerzas de Marruecos por detrás. Al menos 30 murieron en ese sitio.
En medio de un clima irrespirable por los gases, con el pánico apoderándose de una multitud que empujaba hacia adelante convencida de que las detonaciones eran el sonido de la muerte inevitable, el paso del Barrio Chino se convirtió en el escenario de una verdadera masacre.
Allí, se violaron los derechos humanos, se vulneraron los derechos de los migrantes con devoluciones en caliente y la soberanía quedó reducida a una bandera sin patria con la entrada de soldados de Marruecos a España para recoger a los detenidos por la Guardia Civil.
El presidente Pedro Sánchez dijo en una rueda de prensa ese mismo viernes: «Si ven ustedes las imágenes verán que la gendarmería marroquí se ha empleado a fondo para tratar de evitar este asalto violento a Melilla», que fue «bien resuelto». Pero las imágenes de días posteriores mostraron la presencia de una fuerza extranjera actuando en territorio español.
Estos sucesos se produjeron en vísperas de la celebración de la cumbre de la OTAN, que acordó aumentar los gastos de defensa, y con posterioridad al cambio en la política internacional de España que abandonó su tradicional apoyo al pueblo Saharaui en favor de los intereses de Marruecos y de Estados Unidos.
El control de las fronteras es otro de los grandes negocios de la industria de armas y de la ciberseguridad, después de las guerras. España gasta al año 2 millones de euros en mantener las vallas de Ceuta y Melilla y ha entregado 87 millones de euros a Marruecos en dos años para financiar el tapón de la migración.
«Yo he vivido siempre en la frontera y el que vive aquí ve cosas pero como esta vez nunca se ha visto, nunca se ha visto la muerte como esta vez», ha relatado Mohamed, que regenta una tienda de comestibles en Nador y vio cómo se llevaban a los heridos y también a los muertos, porque las ambulancias de los muertos «son distintas».
Los heridos, muchos de ellos trasladados a Casablanca, han relatado haber sufrido golpes tanto de marroquíes como de españoles y confirman que ambas fuerzas actuaron de manera coordinada para devolverlos en caliente.