Muerte y fuego en El Natahoyo: la extraña muerte de «Bolo» y «Carruana»
Gijón negro

Arantza Margolles
2021-07-10
El Natahoyo, octubre de 1929
No hubo muerte más extraña en Gijón, y que me perdone Rambal el afirmarlo, que la del Carruana y el Bolo en una mísera chabola de la Travesía del Mar, en El Natahoyo, el 29 de octubre de 1929. Lo primero porque ni era de ellos, ni era vivienda: apenas una caseta de aparejos perteneciente a Bernardo Butrón, confuso descubridor del hecho. Imposible saber lo que pasó antes. Solo las consecuencias. La escena de un crimen, o de una tragedia, protagonizada por dos veinteañeros que amanecieron muertos en el mismo jergón, el uno, Manuel, el Carruana, con el pecho atravesado por un tiro a quemarropa; el otro, Arturo el Bolo, con la cabeza allá donde el compañero tenía los pies, agónico de un disparo en la cabeza.
Los rumores, claro, dijeron mucho. Cómo no decir. «Otras muchas versiones circularon ayer por Gijón, fantásticas», advirtió El Comercio, que no quiso hablar hablando, «y que no hemos recogido por entrar ya en un terreno privado de la conducta de los dos jóvenes». No habría muerte tan extraña, no, porque sobre la de estos dos mozos pesaron muchas incógnitas, tantas como las que dejó el incendio que aquella noche había desbaratado la finca de la viuda de Leandro Suárez, al lado mismo de la chabola de los muertos. La tierra se prendió fuego y sobre los afligidos propietarios pesó el recuerdo. Semanas atrás, no hacía tanto, al Carruana le habían despedido de la finca por dejar ciega a una pareja de bueyes con sus propias manos.
Un genio endiablado el del chaval. ¿Fue él quien estuvo detrás del incendio? ¿Él, detrás de su óbito y del de su amigo del alma? Quien sabe. Pero sí. Una muerte extraña, la más extraña de Gijón, sin lugar a dudas, la de aquella noche otoñal en el interior de una mísera chabola de paredes de latón untado en chapapote. El Bolo y el Carruana, justo antes de morir o de matarse, contemplaron la tierra arder en llamas. Así, como si de un ritual ígneo se tratase, decidieron morir. Solo ellos sabrían el por qué.