Ni escaleta ni leches

Jon Arretxe
2022-07-13
Nueve escritores invitados a la SN hablan de la escritura de sus libros; de la chispa que la motivó, las procelosidades de su proceso de documentación o las dificultades y obstáculos encontrados durante la redacción y cómo se resolvieron, con vistas a aconsejar y ayudar a escritores noveles o que aspiran a serlo. Hoy es el turno de Jon Arretxe, autor de La mirada de la tortuga.
Mi editor me pregunta a ver qué tal va la novela, la octava entrega de Touré, el investigador-vidente africano, y le miento, como siempre: «Muy bien, todo controlado». Sin embargo, apenas he empezado a escribirla, y los plazos se agotan. Lo único que tengo claro es que se va a desarrollar en mis barrios favoritos de Madrid: Lavapiés, Vallecas… Y que el comienzo va a ser la absurda arenga de un predicador latino que me encontré una vez paseando por Puente de Vallecas; un tipo que anunciaba a gritos el fin del mundo con cara de gilipollas.
Así que hago lo que llevo haciendo estos últimos años: preparo la mochila y viajo al lugar donde voy a situar la trama. Esta vez me alojo en un hostal barato de Lavapiés, confiando en que el propio barrio me obsequie con las ideas y personajes que todavía no se me han ocurrido.
Trabajo de campo cien por cien. Me siento en la plaza, junto a unas señoras sudamericanas que protestan por sus condiciones laborales como limpiadoras, y se me acerca un yonki larguirucho vestido con una camiseta del Atlético de Madrid y un sombrero vietnamita. Me ofrece unas zapatillas guapas, un flexo horroroso, unos sobres de jamón… Subo la cuesta de Ave María y un camello rasta africano, sentado en el banco público que le sirve de oficina casi las 24 horas del día, me ofrece género del bueno mientras escucha rap a tope junto a dos colegas vagabundos colocados hasta las cejas.
Sigo caminando. Saludo a los libreros de Burma y charlamos mientras observamos a una abuela, vestida como una quinceañera, que no para de tragar latas de cerveza de medio litro mientras suelta improperios a cualquiera que se le acerca. Cada vez pega voces más fuerte, subiendo el volumen conforme aumenta su nivel de alcohol en sangre. Los vecinos están hasta las narices de ella, han pedido al ayuntamiento que retire ese banco, para que la vieja desaparezca. Los colegas de Burma me dicen que se trata de una antigua vedette del mítico Pasapoga, el primer travestí mediático español.
Cenamos en un indio que resulta ser bangla, como todos los restaurantes indios de Lavapiés, y el camarero me da un largo abrazo tras pagar la cuenta, me insinúa lo duro que es su día a día. Hablo con Elahi, presidente de la asociación Valiente Bangla, y me informa de la mierda de vida que llevan sus más de cinco mil compatriotas en Madrid, y de las mafias que los controlan. Por la noche, me doy una vuelta por la plaza Mandela y los parques de la zona, y encuentro cantidad de sin techo tirados por los rincones.
Al día siguiente voy a Vallecas. En un túnel del metro un segurata cachalote se tira encima de un raterillo magrebí, que grita de dolor, dos policías de paisano llegan corriendo. Salgo a la superficie, me dirijo a la calle Monte Igueldo y me topo con una charanga de jubiletas que suena de horror. Sigo caminando y observo cámaras de seguridad por todos los rincones, entre peluquerías norteafricanas, kebabs, tiendas rumanas… Visito a Manolo, activista social y buen amigo. Me habla de la escuela abandonada que ocuparon hace cuarenta y cinco años, y que siempre han utilizado para dar apoyo a los más necesitados. Me informa de la presión que están sufriendo para abandonarla, de los políticos fachas que solo quieren putearles, de la visita de los gorilas de Desokupa…
También me doy un paseo por el Retiro y, entre los cientos de personas que pasean tan felices, veo policías a caballo que acojonan, descubro degenerados en las zonas menos concurridas, y al llegar a un estanque me encuentro con las tortugas, una de ellas se me queda mirando…
Un par de días paseando por ciertos rincones vale más que mil horas estrujándote los sesos delante del ordenador en tu casa. Ya tengo la novela. Ni escaleta ni leches, dicen que un tal Chandler tampoco la hacía.