Para qué escribir
2022-07-13
¿Para qué escribir? ¿Para qué si se lo va a llevar el viento, o la guerra? Esta pregunta convocó ayer a Fritz Glockner, Víctor Claudín, Elia Barceló y Xavi Borrell en la mesa redonda que abrió la ronda de actividades en la Carpa del Encuentro, bajo la conducción de Paco Ignacio Taibo II y Ángel de la Calle. Como siempre, reflexiones interesantes y juiciosas de los invitados. Se habló, por ejemplo, de la capacidad de transformación que tiene la literatura; una capacidad en la que, a juicio de Claudín, ha ido dejando de creerse, algo de lo que sería expresión la proliferación de literatura intimista: «¿para qué plantear cosas si no van a servir para nada?». Frente a esta pregunta, el novelista madrileño aboga por regresar a la convicción de que «efectivamente las revoluciones no se hacen con libros», pero con ellos sí se pueden «ir cambiando pequeñas sensaciones en la gente, provocar emociones diferentes, y ahí es donde empiezan los cambios sociales».
¿Para qué escribir? Para muchas cosas; son muchas las motivaciones posibles del literato. Taibo enumeró una parte de las suyas: «He escrito novelas por rabia, contra otro escritor que había escrito una novela muy bien escrita pero absolutamente contraria a lo que yo quería contar sobre esa época. He escrito por miedo, para exorcizar mis demonios, para hacer la cruz del vampiro a mi propia vida en las noches»… Nunca, eso sí, «por dinero en términos contantes y sonantes, ni por pasiones mercantiles». Sí «para que te quieran un poco más». Y en realidad, siempre por una mezcla de razones confesables e inconfesables: «Las razones ocultas están pegadas a las razones transparentes. Vives en este mundo y hay guerras, injusticias, basura, fraude, doble lenguaje, doble moral por todos lados, y vas contra ellos, y si puedes darles un palo en el libro, se lo das, y si puedes darles dos, les das dos. El libro es conflicto, contradicción, choque…».
Se escribe, abundó Elia Barceló, por muchas cosas: «Porque lees una conclusión que no te parece bien, y escribes una tuya; o porque admiras tanto algo que lees que quieres tratar de llegar a esa altura». Escribir «es siempre un diálogo; un diálogo constante con los que te precedieron y con los que están a la vez que tú, los que te gustan y los que no te gustan. Es la posibilidad de hablar con los muertos o con vivos a los que nunca alcanzarás porque están demasiado altos». Y se escribe porque se lee, convicción en la que todos estuvieron de acuerdo, frente a la egolatría de quien afirma no leer para no contaminar su genio con el genio de otros, y que en realidad siempre miente. «Los que han dicho “no leo y escribo”, leen aunque fueran los mensajes de WhatsApp», bromeó Fritz Glockner, que defendió lo imprescindible de la investigación para escribir cualquier cosa, y particularmente ficción. «A mí», contó, «me obliga a más investigación un libro de ficción que uno de historia»: la ficción introduce el problema de la verosimilitud; de una verosimilitud que debe permear hasta la esquina más intrascendente de la narración. Y eso solo se consigue investigando. «No me puedo imaginar haber sido escritor sin previamente leer, y específicamente investigar, sea el tema que sea», manifestó.
Lo que uno lee, por lo demás, se nota en lo que escribe; en la forma de su lenguaje —aseveró Borrell—. «La gente influida por las series tiene un lenguaje abc» que viene de las series, ejemplificó. Hay, pues, que leer cosas buenas y variadas, que sean los ingredientes virtuosos de la receta de lo que uno escriba. Y evitar —apuntó De la Calle— utilizar «la retórica del enemigo como si fuera propia», hablar por ejemplo de vender, de comprar, en lugar de aprender o compartir, algo que también sucede cada vez más. Utilizar «nuestras propias palabras», en lugar de las del capital, en un «momento de incertidumbre, de vacío, en el que nos pueden suceder dos cosas: o la famosa teoría del shock, o que nosotros los desarticulemos un poco a ellos».