Proyecto: Almas de Metal II
Proyecto: Almas de Metal

Jesús Palacios
2022-07-09
La Semana ha comenzado, como siempre, con toda suerte de temas polémicos y de urgente actualidad. Pero, quizás, el que más me ha llamado la atención de momento sea el debate en torno a La literatura en los tiempos de las series de televisión. Fundamentalmente, porque me resulta inquietante: yo soy de los especímenes jurásicos en vías de extinción que no veneran la narrativa seriada actual, de tan difícil definición (ya no son series de televisión en sentido estricto, sino otra cosa: multiforme, omnipresente y multimedia). Sé que por ello soy pasto fácil de la descalificación como crítico carca (hasta decir carca es de carcas qué demonios), viejuno e incapaz de aceptar las realidades del momento en que vivimos. Bueno, pues que así sea. Tampoco acepto la locura neoliberal del capitalismo tardío ni la cultura de la cancelación, ni el imperio de la publicidad y el consumismo, ninguna forma de censura artística ni variantes de la inclusividad que devienen exclusión o políticas identitarias que se convierten en formas de separar y enfrentar a quienes somos iguales en nuestras diferencias. Qué le vamos a hacer. Pero el caso es que la sobredimensión que ha adoptado el modelo narrativo serial en nuestras vidas, su proliferación desmedida e intrusión en el resto de lenguajes expresivos, me causa escalofríos. Peor aún: me aburre y me hace temer consecuencias negativas que aún estamos lejos de poder colegir con exactitud.
Está claro que la literatura ya no imita a la vida, sino a las series. Desde hace casi dos décadas, son muchos los escritores dentro y fuera del género negro y de misterio que han pasado por aquí y han confesado, con mayor o menor pudor, estructurar y pergeñar sus novelas pensando si no en su posible y deseable adaptación a serie (que también), al menos en replicar parcialmente el estilo, forma, contenido y continente de las series, para llegar así (¡ingenuos!) a un público cada vez más escaso como lector y más hipnotizado por la naturaleza audiovisual de series y seriales. Se me dirá, con razón y razones de sobra, que lo mismo ocurrió con el medio cinematográfico a lo largo, sobre todo, de la segunda mitad del siglo XX e incluso antes (ahí están las generaciones de escritores en Hollywood). Cierto, pero hay matices.
El modelo cinematográfico estándar se asemeja al de la novela, en tanto que el serial lo hace al del folletín. Nada que objetar, como lector de folletines que soy. Salvo una puntualización: de los folletines conservamos solo aquellos que se convirtieron en clásicos de la novela, grandes (Hugo, Zola, Tolstói, Dickens, Dostoyevski…) o pequeños (Féval, Sue, Ainsworth, Dumas, Wilkie Collins…). Olvidamos los centenares, no, los millares de páginas baratas, alienantes, pobremente escritas e ideológica y emocionalmente manipuladoras que pasaron bajo las puertas de ciudadanos burgueses y proletarios del siglo XIX, destrozando sus mentes a base de moralismo, zafiedad, sentimentalismo abyecto y conservadurismo. No creo exagerar si afirmo que el formato seriado del folletín y las series actuales comparten una misma inclinación natural hacia cierta pobreza de continente y contenido, así como hacia su capacidad para manipular a través del exceso sentimental, los personajes maniqueos, la elongación artificial de situaciones dramáticas interminables y la creación sobre la marcha de nuevas y constantes líneas argumentales, subtramas o (que se vea que uno es moderno) arcos argumentales que caen en el ridículo, lo grotesco y, sencillamente, lo estúpido. Todo, simplificado formalmente hasta extremos próximos al analfabetismo funcional.
Me atrevería a decir que existe una ley física o matemática, si no ambas cosas, que podría rezar perfectamente así: ley de la Conservación del Público (especialmente parejas de sofá). «Toda serie de cualquier género o estilo se transforma en culebrón sentimental en relación directa a su duración y temporadas de existencia». Que la literatura actual se deje engatusar por el lenguaje, por la estructura y las constantes formales de las series, entraña un riesgo mayor al que ya implicara el hechizo del cinematógrafo. Entraña un empobrecimiento sintáctico, semántico, diegético y semiótico sin igual. Su rendición casi incondicional a un nuevo lector que no lee. Por tanto, pone rúbrica y sello oficial a su propia defunción como cultura popular y de masas, que fuera una vez, para ponerse así al servicio de un nuevo medio o medios cada vez más separados de la verdadera naturaleza de la narrativa y la ficción literarias.
Lo peor, probablemente, está por llegar. Sin duda, en años próximos la Semana Negra no tendrá más remedio que convocar debates y mesas redondas que, probablemente, llevarán por título: La literatura en los tiempos de Instagram.