Proyecto: Almas de Metal III
Proyecto: Almas de Metal

Jesús Palacios
2022-07-10
Alguien tiene que decirlo. Es peligroso, porque si la cuarta parte de los chistes que se cuentan sobre ellos tienen algún fondo de verdad, estamos echando leña, no al fuego, sino al mismo infierno. Pero no puedo seguir callando: los escritores y escritoras argentinos están haciendo a día de hoy la mejor literatura de género en general y de fantástico en particular que se escribe en lengua castellana. ¡Ya está! Lo dije. Y lo siento por quienes se den por aludidos a la inversa, pero creo que, precisamente, la Semana Negra de Gijón ha sido y sigue siendo pionera en el reconocimiento de esta verdad, que lo es. De unos años a esta parte, un buen número de los autores premiados con el Celsius, que reconoce a juicio o prejuicio (que viene a ser lo mismo) de sus selectos jurados la mejor novela de fantasía, terror o ciencia-ficción publicada en castellano el año anterior pertenecen a esta nacionalidad de nacionalidades, que descendió, como bien sabemos, no de aztecas, mayas o incas, sino (según la versión del chiste que te cuenten) del barco o del avión.
Bromas de dudoso gusto —pero que gustan mucho— aparte, recordemos a Horacio Convertini, quien lo conquistó en 2018 con Los que duermen en el polvo (Alfaguara), thriller psicológico apocalíptico, político, romántico y zombífico; a Mariana Enríquez, que se lo llevó todo de calle, incluido el Celsius, en 2020, con su magnífica Nuestra parte de noche (Anagrama), épica oscura entre el esoterismo, el puro horror moderno y el negrorrealismo mágico; o Ana Llurba, que hizo lo propio en la pasada edición de la Semana, con su sorprendente libro de relatos extraños (weird fiction, que dicen ahora los hípsters españoles que quieren dárselas de políglotas), Constelaciones familiares (Aristas Martínez) —mientras, añadamos, su más veterana compatriota Claudia Piñeiro se llevaba el Hammett con Catedrales (Alfaguara)—. No es momento para aventurar pronósticos ni hacer apuestas, pero entre las obras finalistas al Celsius de la presente edición figura también la deliciosa y muy peculiar Con esta luna (Tusquets), del no en vano antropólogo amén de escritor Marcelo Guerrieri, fascinante fantasía urbana con un toque de Eyes Wide Shut, ramalazos de Folk Horror lunfardo, crónica política y misterio criminal que tiene algo de aventura de Los Cinco de Enid Blyton, Los Tres Investigadores de Robert Arthur o la pandilla de Scooby Doo… Si en vez de niñatos anglos fueran taxistas bonaerenses alcohólicos y esotéricos.
A todo esto he de añadir que aunque devorada con algo de retraso he disfrutado también enormemente la apetitosa Cadáver exquisito (Alfaguara), de Agustina Bazterrica, distopía ejemplar que combina la sátira social más oscura con el conocimiento y reconocimiento de los clásicos (Cuando el destino nos alcance, Sueñan los androides con ovejas eléctricas, Edicto Siglo XXI: Prohibido tener hijos), al tiempo que cultiva un estilo preciso, directo y elegante. Un cuento cruel que podría ser filmado por Marco Ferreri, Buñuel, Raúl Ruiz o hasta Fellini… si ya no estuvieran sirviendo de alimento a los gusanos. Mucho me temo que pocos hoy se atreverían a rodar una fiel versión del libro de Bazterrica, que si no se llevó el Celsius sí ganó el Clarín el mismo año de su publicación. Todos y todas excelentes ejemplos de una casi imposible renovación en los límites del género fantástico, que funciona en virtud de su energía, castellano vivo y vitalista, espíritu bastardo, intersticial y metagenérico, pero también gracias al amor por su historia y tradición.
Porque… ¿De dónde ha surgido esta rotunda superioridad argentina en la praxis actual de lo fantástico en su más amplia acepción? Posiblemente de que, al contrario que en la Madre Patria, en Argentina, la literatura fantástica, así como la policial, criminal y demás géneros degenerados populares, forma parte intrínseca, íntima e íntegra de su mejor literatura. De que en sus escuelas, institutos y universidades, se crece leyendo a Borges, Macedonio Fernández, Cortázar, Bioy Casares, Silvina Ocampo, Mujica Lainez, Ernesto Sábato, Marco Denevi, Óscar Peyrou, Mempo Giardinelli, Rodolfo Walsh y, más atrás, Leopoldo Lugones, Horacio Quiroga e incluso Roberto Arlt. Mientras, a nosotros nos obligan a leer a Delibes, Cela, Clarín, Galdós, Azorín, Ayala, Pardo Bazán o Baroja. De quienes, además, se nos hurtan sus incursiones en lo fantástico o extraño, como si tanto ellos como nosotros debiéramos avergonzarnos de las mismas.
Y así, claro, así, por mucho que queramos correr ahora, por mucho que imitemos, bien, mal o regular, los modelos anglosajones imperantes, pues al final, no hay manera. Y Argentina brilla de nuevo ahora, fantástica, negra y liminal.