Quemar o no quemar
Mujeres trabajadoras
Arantza Margolles
2023-07-10
No se fíen de Google. Ellas no lo hubieran hecho. No se incluye foto en este su artículo mujeril de cada día porque, aunque ronda una divina por Internet (ella con armiños, sosteniendo un libro, retuiteada por la RAE, sonrisa en la boca y cinta en el cuello), nadie menciona fuentes y, así las cosas, podría pasarnos como nos pasa con Enriqueta González Rubín, la primera novelista en asturiano de la que tengamos constancia. A Enriqueta, autora del Viaxe de Tíu Pacho el Sordu a Uviedo, le ponen habitualmente un retrato de una señora random, como dicen los jóvenes de hoy, porque a nadie se la ha ocurrido mirar las fuentes. No me hagan caso. Manías de historiadora que alguna vez, probablemente, haya cometido también algún tachón. No sabemos si lo hizo la mujer de la que yo venía a hablarles hoy. Francisca Irene de Navia y Bellet, natural de Turín (no confundir con Turón), fue de familia asturiana y residente en Navia, que sepamos, durante, como mínimo, veinte años de su vida.
Ah: y sufría el síndrome de la impostora. Claro que ella no lo llamaría así. Quemó todas sus obras antes de morir porque, pensaría, para qué. Y eso que Irene, hija del tercer marqués de Santa Cruz de Marcenado, era mucha Irene. Estudiada, experta en gramática y en retórica; en filosofía y en teatro; políglota, traductora, versada. Escribió, como tantas, desde la soledad de sus casas, donde ellas estaban llamadas a ser ángeles del hogar. Y los ángeles, que se sepa, no andan con plumas, ni con tinta, ni con papel. Pero ella sí. Cuando murió, de la de Navia llegó a decirse que era una de las mujeres más doctas de sus tiempos; poetisa excelsa, de todo. Pero ella, sin embargo, lo quemó todo. Todo no: hay unos versos, salvados milagrosamente por su publicación casual. «Ergo venit nostras dudum exspectatus ad oras/ Borbonius, turmasque trahit Bellator Iberas/ Non ego jam veteres oblita videbor honores,/ romanosque meos, et partos Marte triumphos», escribió. Es lo único que nos queda. ¿Humilde Francisca Irene? Puede. O, tal vez, también sin referentes en los que apoyar su confianza. Murió en 1786, precisamente cuando daba ya sus últimos coletazos el debate de una década sobre la inclusión, o no, de las mujeres en la Sociedad Económica Matritense de Amigos del País. Jovellanos nos quería dentro; Cabarrúa decía, en cambio, que íbamos a ser una distracción para los varones, incapaces, al parecer, de contenerse ellos solos. Diez años de debate, eh. Entre hombres. Como para no quemar.