San Felipe Dick, patrón del ‘cybernoir’
Proyecto: Almas de Metal

Jesús Palacios
2022-07-12
Entre los nombres sagrados que más tarde o más temprano son invocados a lo largo y ancho de la Semana Negra, el de Philip K. Dick es, como bien saben los semaneros veteranos, uno de los más habituales. Luis Artigue, si de veteranos hablamos, lo utiliza como personaje en su última locura metanarrativa, Ficción para multitudes (Pez de plata), pero estamos seguros de que el viejo Dick no se ha sorprendido lo más mínimo por ello, pues está más que acostumbrado a ser estrella invitada, a veces estrellada, en ficciones propias y ajenas, hasta el punto de que a menudo se confunden ya persona y personaje, ser humano y mito literario.
Sin ir más lejos, su admirador, amén de fabulador fantacientífico por derecho propio, Michael Bishop le convirtió en uno de los protagonistas de su novela La ascensión secreta, ahora conocida como Desgraciadamente Philip K. Dick ha muerto, situada en unos Estados Unidos nixonianos alternativos, muy coherentes con la propia narrativa última del propio Dick. Por supuesto, la culpa es suya. En muchas de sus obras, especialmente las que componen el ciclo final de VALIS (o SIVAINVI), el escritor se incluyó como personaje, en gesto adelantado a estos tiempos de meta y autoficción galopantes, con tal eficacia y convencimiento, propios de bordear la esquizofrenia paranoide, que hoy es imposible separar al Dick escritor del Dick carácter de ficción. El autor ha ganado finalmente el pulso que echara a la realidad, triunfando sobre ella, así haya sido a título póstumo, desubikándonos a todos definitivamente para la eternidad.
Amado y admirado por los originales demiurgos de la Semana, los mismísimos Paco Taibo II y Ángel de la Calle, puede que algún bisoño recién llegado se pregunte qué pinta exactamente uno de los escritores de ciencia-ficción más importantes, complejos y fundamentales del siglo XX en el altar de un festival cuyo negro corazón es, precisamente, el género negro-criminal, aunque siempre haya tenido su rincón para la anticipación científica y la fantasía. Nos sobraría como explicación el que Dick, alma de Gran Escritor Americano encerrada en el cuerpo de un no menos magnífico autor de pulp fiction, cultivara a menudo una ciencia-ficción que comparte numerosos elementos con la tradición del noir y del hard boiled. Novelas como El hombre en el castillo (1962), Fluyan mis lágrimas, dijo el policía (1974), Una mirada a la oscuridad (1977) y, por supuesto, ¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas? (1968) utilizan tanto ciertos tipos y arquetipos del noir como un lenguaje heredero de los maestros de la narrativa dura americana a los que también admiraba, como Hammett, James M. Cain o Hemingway. Pero, por encima de todo, el universo dickiano es uno donde la pesadilla fundamental del género negro se ha hecho realidad (por llamarla algo) omnipresente y omnipotente: la paranoia. Más aún, el secreto a gritos que conoce todo paranoico crítico (que no es exactamente lo mismo que todo crítico paranoico): ser paranoico no quiere decir que no te persigan.
Y por supuesto (alguno creería que no lo iba a decir nunca) está el cine. Porque cuando se cumplen cuarenta añazos del estreno de Blade Runner, la película fundacional del cyberpunk en general y del cybernoir en particular, no es inútil insistir en que, pese a todas las diferencias del filme con respecto a su original literario, gran parte de sus muchos aciertos replicantes proceden de este y de la personalidad de Dick, quien, por desgracia, falleció poco antes de su estreno. Por desgracia porque, además, a partir de ese pistoletazo de salida, su obra se convirtió en semillero de incontables thrillers de ciencia ficción, buenos, malos y regulares, que le habrían proporcionado éxito, popularidad y dólares sin cuento a base de sus muchos cuentos y novelas: Desafío total, Asesinos cibernéticos, Infiltrado, Minority Report, Paycheck, A Scanner Darkly, Next, Radio Free Albemuth, Destino oculto, Blade Runner 2049… por no hablar de series de televisión como El hombre en el castillo o Electric Dreams. Pero hasta en eso, Dick fue fiel a su íntimo espíritu noir, paranoide, conspiranoico y fatalista, abandonando este plano del multiverso virtual justo cuando más se aproximaba a sus peores pesadillas, alucinaciones lisérgicas y predicciones distópicas.
Pero que no fluyan nuestras lágrimas en vano: Philip K. Dick, dejando detrás como Kafka y Lovecraft todo un adjetivo personalizado que lo dice también todo con una sola palabra: dickiano, ascendió a los extraños cielos del martirologio pop y hoy, desde allí, nos mira con triste benevolencia, mientras en la Semana Negra le adoramos como Santo Patrón del Cybernoir. Más vivo después de muerto y transfigurado que la mayoría de nosotros, atrapados en esta pesadilla que denominamos ingenuamente realidad y que él, siempre más listo, sabía era tan solo el triste simulacro de un sueño imposible llamado libertad. Que VALIS nos coja confesados.