Screwball noir
Proyecto: Almas de Metal

Jesús Palacios
2022-07-11
¡Qué serio es esto de la novela y el cine negro! O eso diría uno, a la oscura luz que sobre ella proyectan muchos de sus críticos, fans, exégetas y cultivadores. Trágicas historias de perdedores que juegan su última partida con las cartas marcadas por el destino. Mujeres fatales que mueren redimiéndose o matan sin redención posible. Policías corruptos atormentados o, peor, policías honestos mucho más atormentados por la corrupción que les rodea. Asesinos tortuosos y torturados, criminales honrados atrapados en la implacable maquinaria de una sociedad más criminal aún. Crítica social, romanticismo, nihilismo, crónica negra, radiografía de la corrupción, denuncia política, fatalismo… Términos todos que asociamos (no sin razón, por otra parte) a un género de géneros que trata de la degeneración humana y social, al tiempo que lucha contra ella con espíritu de Sísifo digno de Camus (señor que hacía novela negra a pleno sol, aunque algunos no lo sepan).
Bueno, pues existe «otro» noir, que está en este pero también lo rebasa, supera y excede por arriba y por abajo. Un noir que es, agárrense que vienen curvas, divertido. Incluso delirantemente divertido, desopilante hasta la risa tonta y la carcajada inteligente. Algunos críticos anglosajones lo han bautizado como screwball noir, por acertada correspondencia y similitud convicta y confesa con la screwball comedy cinematográfica que brilló paralelamente al cine negro durante los años treinta y cuarenta, llegando incluso a nuestros días. Esas comedias de enredos sentimentales, románticos y sociales donde los diálogos son como cuchillas de afeitar, las situaciones retorcidas hasta tensar la cuerda del puro suspense cómico, más allá del bien y del mal, y sus personajes encantadoramente agudos, expertos en cínicas, irónicas y sofisticadas réplicas y contrarréplicas, imposibles de memorizar.
Bien, pues es la pura verdad: Dashiell Hammett, padre del hard boiled, comunista y detective privado él mismo, es también padre del screwball noir, con su pareja de detectives Nick y Nora Charles, elegantes, alcohólicos y superdotados protagonistas de El hombre delgado o, lo que es casi lo mismo, La cena de los acusados. Raymond Chandler, creador del arquetipo por excelencia del sabueso solitario, Philip Marlowe, perdedor, romántico y con alma de blues, es también creador de los mejores diálogos humorísticos de la historia del género, cuyos onliners han sido comparados con los epigramas de Oscar Wilde o la comedia isabelina por el dramaturgo Tom Stoppard y expertos como Len Gutkin. Howard Hawks, genio del film noir, el western y la screwball comedy al tiempo y a la vez, lo entendió muy bien en su versión de El sueño eterno, con guion de la gran escritora Leigh Brackett y del sobrevalorado William Faulkner, auténtico screwball noir donde los haya, con más chistes, diálogos chispeantes y chicas guapas por minuto que una película de 007 protagonizada por Roger Moore.
Humor y serie negra, en cine y literatura, van y mucho de la mano: Donald Westlake lo mismo te hace un Parker que un Dortmunder; la edad de plata americana del género está repleta de maestros como Richard S. Prather o Marvin H. Albert, que convierten al detective privado en monologuista estrella del Saturday Night Live. Marc Behm salta de la obsesión escópica romántica a la comedia sexual slaptstick, como quien hace una Charada cualquiera. Clásicos del film noir como La llave de cristal, El halcón maltés o hasta Gilda están plagados de situaciones y diálogos de comedia, y qué decir de los filmes de Robert Mitchum para la RKO como Donde habita el peligro, Las fronteras del crimen o Una aventura en Macao. ¿Quién no sabe que bajo el melodrama gótico freudiano de toda película de Hitchcock late una comedia de enredo que a menudo sale a la superficie con la misma sutileza que una cuchillada en plena ducha? Qué decir también de los años sesenta y setenta con su neonoir irónico y crepuscular, no por ello menos divertido: El largo adiós de Altman, Un investigador insólito, según novela de Roger L. Simon (más político imposible), El gato conoce al asesino de Benton, entre otras. O de personajes como el Fletch de Gregory McDonald, encarnado por el mismísimo Chevy Chase en la pantalla. Y ahí tenemos hoy, vivitos y coleando, a los hermanos Coen, al poco reconocido Shane Black (El último boy scout, Kiss, kiss, bang, bang, Dos buenos tipos), a Guy Ritchie, maestro del humor cockney, o al mismísimo Tarantino, además de títulos tan recientes como La última mirada, según novela de Howard Michael Gould.
Amigos y amigas de la Semana Negra y, por tanto, del cine y la novela negros (o eso espero): ¡Paren ya de sufrir! Basta de divorcios, padres con alzhéimer, enfermedades terminales, traumas infantiles, reuniones en alcohólicos anónimos… O, mejor aún, hasta con todo eso, pónganle humor al noir. Porque en la vida real, esa que tantos autores de novela negra actual dicen querer retratar y reflejar, también hay sitio para la risa, la sonrisa y hasta la carcajada, para el humor (aunque sea noir, aunque sea negro) y la diversión. Incluso el hoy olvidado novelista finlandés Mika Waltari creó un policía divertido: el Inspector Palmu. Y si un finlandés puede ser divertido escribiendo novela criminal, todo es posible en el género. Hasta el screwball noir.