The wave in the mind

Lucía Núñez
2021-07-13
Nueve escritores invitados a la SN hablan de la escritura de sus libros; de la chispa que la motivó, las procelosidades de su proceso de documentación o las dificultades y obstáculos encontrados durante la redacción y cómo se resolvieron, con vistas a aconsejar y ayudar a escritores noveles o que aspiran a serlo. Hoy, El cocinero y la ostra, de Lucía Núñez.
The wave in the mind. Una oleada mental. En cierto momento, hay que empezar a escribir.
El trabajo que realicé previo a la escritura de El cocinero y la ostra fue un vagabundeo documental por el siglo XVIII buscando elementos para dar forma a mi propia idea de ese siglo. Castrati, globos aerostáticos, sesiones de cábala, equivalencias entre luises de oro y libras, observaciones de eclipses y autómatas ajedrecistas. Divagué mientras encontraba la información que me interesaba, hice esbozos de trama y personajes, y llegado cierto momento consideré que podía empezar a escribir.
En una carta a Vita Sackville-West, Virginia Woolf explicaba que «una escena, una emoción, produce una ola en la mente, mucho antes de que las palabras aparezcan para interpretarla; y al escribirlas (esto es lo que pienso ahora), uno debe retomar todo eso y trabajarlo». «Ninguno de nosotros es Virginia Woolf», escribía Ursula K. Le Guin refiriéndose a esa carta, «pero espero que todos los escritores hayan tenido al menos un momento en que hayan montado esa ola, y en que todas las palabras fueran las adecuadas. Como lectores todos hemos montado esa ola y conocemos la emoción».
Cuando empecé a escribir El cocinero no tenía el control absoluto de la historia; escribía sin ese control intelectual consciente. No fue una escritura lineal, programada u organizada y no recomiendo el método, pero así empecé la novela. Y de ese proceso salió el primer borrador, lleno de historias entrecruzadas y muchos personajes. Las escenas con toques de humor, las fiestas trepidantes y llenas de personajes y las conversaciones disparatadas las escribí casi todas en esta fase.
Al concluir ese primer borrador, me convertí en mi propia lectora. Tenía todo un mundo creado con la novela, que me imaginaba con detalle, sobre todo en lo referente a la vida en el Château des Ormes, el palacete en el campo de los condes de Argenson donde transcurre una gran parte de la historia. Pero tuve que volver a pensar la novela desde ese nuevo punto de vista, el de lectora (las dosis de información, el conocimiento de los personajes, el ritmo de los capítulos…) hasta que de ese mundo bastante laberíntico surgió una única historia.
No obstante, pienso que el resto del laberinto sigue allí, invisible, pero en cierto modo al menos para mí, importante en el resultado final de la novela.
Durante ese proceso tuve que flexibilizar mi idea de la unicidad de espacio y de tiempo. También ciertas estructuras formales, como la del teatro dentro del teatro y los capítulos epistolares que tanto me divertí escribiendo. Algunas de esas estructuras las he mantenido claramente, otras permanecen todavía ahí soportando la historia sin ser vistas y algunas quedaron descartadas.
La etapa de fusionar, recortar, conseguir que la trama fluyera, constituyó una gran parte, la más laboriosa y larga, de la creación de El cocinero. Trabajo que en total, y lo digo con cierto pudor, me llevó cinco años acabar.