Todo es literatura

Pablo Batalla Cueto
2021-07-11
Tengo un amigo escritor. Abel. El año pasado, vino a la Semana Negra a presentar su primera novela: tres relatos de temática minera, ambientados en El Bierzo, protagonizados por mujeres. Vendió muchos libros; el libro está teniendo un exitazo tremendo. Y el caso es que este año se ha hecho un mural con la fotografía que ilustra su portada en Almagarinos, uno de los pueblos en los que se desarrolla la trama. Imagínense: Abel está contento como unas castañuelas. No es para menos, como no lo es que lo esté una de las protagonistas del libro, una mujer octogenaria llamada Libertad Aurora y de la que abel siempre cuenta que ha rejuvenecido gracias al éxito de esta novela que cuenta su historia.
La literatura transforma vidas, memorias y territorios. Lo comentaba Ángel de la Calle en la recepción en el Ayuntamiento del día 9: hay ciudades que queremos conocer porque las hemos leído. Buscamos en París el rastro de la Maga, o de los tres mosqueteros, o de Sartre y Beauvoir. Somos incapaces de mirar La Mancha sin el filtro del Quijote; sin imaginarnos al Caballero de la Triste Figura cabalgando los paisajes que contemplamos y luchando contra sus molinos. Noemí Sabugal, autora de otro libro minero, nominado este año al Walsh, Hijos del carbón, cuenta en él lo que significó Camí de sirga, de Jesús Moncada, para la comarca de Mequinenza.
La literatura recrea el mundo, y también lo crea a secas. En otro librito delicioso que tal vez encuentren en alguno de los stands de la SN, Por qué nos creemos los cuentos, de Pablo Maurette, se cuenta una anécdota que he empezado a citar mucho. Preguntaron en una ocasión a un Borges ya anciano quién era más real para él, Macbeth o Perón. Respondió el escritor: «Bueno, Macbeth, desde luego». Probablemente hubiera algo del odio africano que Borges le tenía a Perón en aquella respuesta, pero en todo caso es buena como ilustración de algo cierto, que así explica Maurette: «el destino de todo lo que existe, de lo histórico y de lo ficticio, es transformarse en recuerdo. Una vez igualados dos personajes por dicho destino, uno puede decidir quién le parece más real atendiendo a cuál proyecta una imagen más vivaz y ocupa, en consecuencia, un lugar más privilegiado en su memoria». Lo vivido, lo leído y lo soñado acaban fundiéndose.
Todo es literatura. Todo se acaba volviendo literatura. Cuando morimos, no nos volvemos polvo, como decía Quevedo, sino que nos volvemos literatura; nos convertimos en una historia que nuestros descendientes se cuentan entre sí; un cuento con introducción, nudo, desenlace, caracterización. El cielo de los judíos, me contaron una vez y no sé si es cierto, pero se non è vero, è ben trovato, no es un lugar físico al que las almas migran, sino seguir existiendo en el recuerdo de los vivos. Y de eso va la literatura y, por tanto, de eso va este festival también. De traer de vuelta a los que se fueron, de revivirlos siquiera por un ratito, como estamos haciendo con Ígor Medio y La familia Castañón.