Un camino de vuelta a la escritura

José Manuel Fajardo
2023-07-12
Escritores invitados a la SN hablan de la escritura de sus libros; de la chispa que la motivó, las procelosidades de su proceso de documentación o las dificultades y obstáculos encontrados durante la redacción y cómo se resolvieron, con vistas a aconsejar y ayudar a escritores noveles o que aspiran a serlo. Hoy, Odio, de José Manuel Fajardo.
Escribir Odio ha sido, sobre todo, un camino de vuelta. El regreso a la escritura de ficción después de seis años de bloqueo. Y quizás lo más interesante de este largo proceso, que me ha llevado a publicar esta nueva novela doce años después de haber publicado la última, ha sido comprender que, para mí, la escritura no es un acto de voluntad, sino de sometimiento. Si no siento la llamada del texto, si la historia que empiezo a vislumbrar no se me impone, no me obliga a contarla, soy incapaz de crear una nueva ficción.
Cada novela o relato es, pues, una puerta que debo abrir para entrar en un espacio narrativo que desconozco. No soy un constructor de historias, soy un descubridor de historias. Hay algo más fuerte y más inteligente que yo que me empuja a contar una cierta historia en un cierto momento. Y sólo cediendo a esa voluntad ajena consigo escribir. Suena raro, incluso inquietante, pero eso es lo que he sacado en claro del proceso de escritura de Odio.
Con Mi nombre es Jamaica puse fin en 2010 a todo un ciclo de cinco novelas en las que, desde temas y estilos diferentes, había ido explorando la aproximación al Otro a partir de la escritura en primera persona: entrando en un yo que no era el mío. El cierre de ese ciclo fue el que me condujo al bloqueo. La opción era repetirme o buscar un camino nuevo de escritura. Opté por lo segundo, sólo que durante años no fui capaz de hallar ese camino. Hasta que di con Odio.
El punto de partida de Odio es un relato que escribí en 2007, por encargo de Fernando Marías, sobre el universo del doctor Jekyll y míster Hyde. Un universo que siempre me fascinó. A Marías le gustó tanto el relato que me insistió en que a partir de él escribiera una novela. El problema era que yo no quería escribir una novela más sobre el Londres victoriano, ya hay muchas y muy buenas, de modo que la historia se quedó ahí estancada, por más que de vez en cuando intentara volver a ella. Pero en 2017 me hice la pregunta clave: ¿de qué hablaba en realidad esa historia, de los personajes de Stevenson o de otra cosa? Cuando comprendí que el protagonista del relato no era una persona o una época, sino un sentimiento, el odio, fue cuando di al fin con el camino para escribir una nueva novela.
No se trataba sólo de reconstruir un neblinoso y siniestro mundo victoriano, sino de indagar en ese sentimiento de odio que venía de muy antiguo y llegaba hasta nuestros días. Ese odio que estaba viendo a diario en las redes sociales y en los medios de comunicación, ese viejo odio al otro, al diferente, al extranjero. La idea de la novela debía ser pues la de mostrar la continuidad de ese odio a lo largo de la historia. Y eso me llevó a recurrir a un juego de espejos: una novela con dos historias, una a finales del siglo XIX y otra a principios del XXI. Una en Londres y otra en París. Personajes distintos. Épocas históricas distintas. Escenarios distintos. Un mismo odio que lo une todo. Y una escritura en tercera persona.
Ha sido la necesidad de narrar las raíces que alimentan a este tiempo en que vivo lo que me ha empujado a escribir ficción de nuevo. La necesidad de enfrentar ese espejo de horror en el que se reflejan tanto nuestra Historia como las ficciones que hemos ido construyendo a lo largo de ella. Un libro breve, pero contundente como un puñetazo, que contenga en realidad todos los tiempos, todos los libros, todos los acontecimientos, todos los sueños y las pesadillas que nos dan forma. Un Aleph borgiano. Obviamente no he podido ser yo quien decidiera embarcarse en una empresa tan desmesuradamente ambiciosa. Ha sido ese otro algo que a veces me habita y que ha decretado mi regreso al mundo de las ficciones.