Una cuestión de amor propio
Mujeres trabajadoras

Arantza Margolles
2023-07-12
Cosa consustancial, mal que ahora intenten persuadirnos para que pensemos lo contrario, es la reivindicación de los derechos al trabajo. De todos los derechos; que no se vayan a pensar que la cosa fue solo, y en un momentillo puntual, conseguir «naderías» (nos ha dejado tocadas Chaves Nogales) como las ocho horas de jornada laboral o poner fin a la explotación, dizque empleo, infantil. Pues no. Huelgas hubo mucho y más que debería haber para ir conquistando, de a pocos, el mundo para quien lo trabaja. Por ponerles un ejemplo, uno solo nada más, y, por supuesto, con nombre de mujer, hoy les voy a llevar de la mano a 1908. A Gijón, a la fábrica de la Algodonera, que estaba en el barrio de La Calzada y donde las condiciones laborales de muchas hiladoras anónimas se acababan de poner en entredicho, si es que alguna vez se habían respetado. Alguna vez habría sido, pero desde luego no ahora. Había llegado, a sustituir al gerente de la fábrica, un tal Carlos Soler, catalán y de mal trato. No mencionan los periódicos exactamente la causa más allá de que Soler no aplicaba buenos métodos con las obreras, pero la cuestión es que en noviembre las trabajadoras de la Algodonera fueron a la huelga y llamaron al paro general.
«Pues os cierro la fábrica», dijo Soler. Algo así. Nada nuevo bajo el sol. Ellas no cedieron. Llamaron a todas las puertas, y todas se cerraron. La de Saturnino Alvargonzález, presidente del Consejo de Administración. La de José Menéndez, el comisionado. Nada. Siguió el paro. 200 obreras de manos caídas. Varios días sin producción. La fábrica echó el cierre el primero de diciembre y la prensa local calificó de cuita de amor propio, más que de lucha por sus derechos, el paro de las mujeres. No sabemos si ganaron o perdieron aquella vez, pero sí que la fábrica volvió a abrirse; que de Carlos Soler nada más se supo al año siguiente y que en abril, con todo ya atado y bien atado, una carta a la prensa denunciaba que las obreras de la Algodonera, durante el invierno, tenían que salir dos horas antes de sus casas para poder llegar a tiempo al tajo, que empezaba… a las seis de la mañana. ¿El tranvía? Era demasiado caro; el salario de ellas, demasiado exiguo. ¿Amor propio? El de las carteras vacías. Así.