Una guapeza trágica (de dos): un crimen de taberna, sin más
Gijón negro

Arantza Margolles
2021-07-13
Pumarín, 1913
De aquella, ser guapo no era guapo, sino todo lo contrario. Entiéndase que cuando en 1913 a uno lo llamaban así se estaba haciendo referencia, más que a la cara, a la fanfarronería y a la mala baba; a las facetas de maleante y de criminal más que a la hermosura y a la querencia por el alcohol barato y a las malas mujeres más que por la beldad. Entiéndase, con esta introducción, el título que dieron en llamar los periódicos a lo que ocurrió un 23 de agosto, de aquel año justamente, en Pumarín, que entonces era, más que barrio, aldea. Y no una exenta de rivalidades, a tenor de que los guapos de esta historia penetraron en el lugar al grito de «¡Muera Pumarín!», al más puro estilo de una peli del Far West. Pero esto, de verdad.
Por detrás, el alcohol y las pendencias. Fueron los agresores muchachos de Porceyo que habían trasegado con los espirituosos más de la cuenta en la taberna de una tal Soledad Lobato y que la tomaron contra Víctor Entrialgo, mozo pumariniego que encontró, sin buscarla, la muerte aquella noche. Tres, fueron tres, los agresores. Aquilino, Alfredo y Gaspar. Sometidos a juicio en 1914, argumentaron, cómo no, que había sido el muerto el que empezó la pelea mientras ellos solo querían imponer la paz. Valga el uso del término imponer en este caso, y si les suena grandilocuente, tengan en cuenta que la tranquilidad la intentaron buscar los de Porceyo revólver en mano y al deseo, como ya se ha dicho, de una muerte colectiva de todos los de Pumarín.
Incoherencias, fanfarronerías y otras guapezas se sucederían en el juicio a un crimen tan absurdo como comentado. Pero los de Porceyo tenían de su lado a Benigno Arango, conocido abogado de quien se decía que no había perdido un juicio en toda su vida. Que ya es decir. Inocentes no fueron para la justicia, no del todo, pero sí consiguieron, por falta de pruebas, la absolución: el único que podía testificar en contra, en realidad, estaba muerto. Quédense con la copla y con los nombres de este entuerto, que no por tener poca chicha se va a quedar aquí. Las ‘guapezas’ andaban a la orden del día y a veces hasta afectaban dos veces a una misma familia. Ya se lo contaré, ya.