Bebés robados, la frontera de la inequidad y los límites de la ciencia
2022-07-14
Tres novelas se presentaron ayer en la Carpa del Encuentro. Se inició la tarde con Las niñas salvajes, de May R. Ayamonte, a quien acompañó José Manuel Estébanez. Una novela ambientada en Granada, en el célebre barrio del Albaicín para más señas: el de la autora, que convencida de que «Granada es una ciudad que se presta a la novela negra», conduce al lector a dos momentos distintos, 1975 y 2017, con el asunto de los bebés robados (que siguieron siéndolo después de la Transición) como trasfondo. Una novela «política», en palabras de la propia Ayamonte, que recuerda cómo se quedó «horrorizada» al conocer el asunto central del libro, siendo además que Granada fue una de las ciudades con más robos de bebés. «Reflexionamos y nos concienciamos a través de la cultura que consumimos, y me di cuenta de que este asunto era algo que podía encajar muy bien dentro de la trama de una novela negra», explicó.
En la Carpa del Encuentro también tuvimos ayer a Ernesto Mallo, que este año trae a Gijón La ciudad de la furia, un libro cuyo trasfondo es una de las villas miseria más míseras de Buenos Aires: la Villa 31, y en particular, su Barrio Chino, lugar peligroso, más allá de unas vías del ferrocarril, al otro lado de las cuales se extiende, sin embargo, uno de los distritos más caros de la capital argentina. En torno a esa «grieta entre los ricos más ricos y los pobres más pobres» y a los numerosos proyectos que se han sucedido para arrasar con esa villa miseria y levantar sobre su suelo en otro barrio rico construye Mallo su narración. Una local y universal: la de cómo «el mundo en el que estamos va profundizando cada vez más en la inequidad de la distribución de la riqueza».
Mallo es un autor comprometido y exigente para el lector, que ayer también explicó su curioso proceso de redacción, parte del cual es reducir considerablemente la extensión del primer borrador terminado. «Soy feliz quitando artículos, párrafos enteros»; hasta doscientas páginas de una novela que puede quedar en doscientas veinte (no fue el caso de esta, pero sí de una anterior), de tal manera de dejar «espacios en blanco» para que el lector los llene. «El lector que yo busco», explicó el autor argentino, «es un lector que no se conforma con que lo entretengan, con que le den una historia. Pretendo», expuso, «un lector que trabaje, que me ayude a terminar la novela, que colabore con su propia biografía. A mis alumnos siempre les digo que la literatura es, en principio y esencialmente, una indagación sobre uno mismo para quien escribe, pero pretendo que también sea una indagación sobre sí mismo para quien la lee».
El signo de los diez fue la tercera y última novela presentada ayer en la Carpa del Encuentro. Su autor es José Carlos Somoza, a quien acompañó en la mesa Marta Robles. Ambientada en la Inglaterra de 1882, protagonizada por un enigmático señor X, se trata de una novela cuyo trasfondo es la fascinación espiritista y ocultista que atravesó a la Europa del fin de siècle; un momento más parecido al actual de lo que podría pensarse. Hoy —reflexionó Somoza— habitamos un mundo que confía mucho en la ciencia; pero en el que la ciencia «nos ha brindado una serie de técnicas, de mejoras, pero en cuanto a conocernos a nosotros mismos, a saber quiénes somos, de dónde venimos, qué clase de seres somos, tiene muy poco que decir todavía». El señor X —un «loco fascinante» en palabras de Robles, «intuye en ese sentido cómo somos por dentro mucho más que los científicos».
Historias variopintas y cautivadoras las que la Semana Negra ofrece a sus visitantes; literatura de altura para lectores exigentes e inteligentes.