De Jovellanos a ‘Los Bridgerton’
Asturias no tan negra

Arantza Margolles
2022-07-14
A ver si se pensaban, a estas alturas de la Semana más criminal, que iban a irse de rositas sin que en esta serie en que ya les mencioné a quinquis apodados Rata, aviadoras-fardo, lobos sin oreja, tortugas gigantes, exfrailes y abortadas sin nombre se hablase, ni por un solo momento, del más insigne de los gijoneses, con permiso de Paco Taibo II. No, amigos. Excúlpese a esta autora de la turra sobre nuestro prócer más prócer (aunque también el menos entendido, y por ello reivindicado por ideologías tan dispares que ni los pactos de la Moncloa) ya que, en realidad, hoy de lo que vengo a hablarles no es estrictamente de Jovellanos sino de sus hermanas y hermanos, que fueron trece, aunque solo nueve llegaron a la edad adulta. Francisco de Paula, Petronila, Juan Bautista y un niño sin nombre se quedaron por el camino, para tristeza de los padres, Francisco Gregorio de Jovellanos (1706-1779) y Francisca Apolinaria de Jove y Ramírez (1703-1792).
Así que vamos al grano, que quedan muchos y con mucha preposición entre apellidos. Fue la primogénita de los Jovellanos Benita Antonia de Paula (1733-1801), bien casada con el conde de Peñalva a pesar de que, según su propio hijo Baltasar, tenía una «figura […] a la verdad poco recomendable». Nada nos dejaron dicho de la del señor conde. La segunda hermana, Juana Jacinta (1734-1770) no corrió gran suerte en el amor. La casaron, en un principio, con un tal Juan Antonio López Pandiello, que rondaba los sesenta años cuando ella andaba por los veinte, y, por lo que fuera, el hecho le resultó «muy repugnante» a la díscola hermana de nuestro ilustrado, que murió joven, al parir el último crío del segundo marido.
Este, al menos no era «rústico» como José Alonso de Faes, el que le correspondió en suerte a Catalina (1738-1808), la tercera. El cuarto, y primer varón, Miguel (1715-1792), enloqueció de amores por una criadita guapa y, al parecer, eso le llevó al sepulcro, o eso cuentan. El quinto, Alonso (1741-1756), alférez de navío, murió de una forma mucho menos romántica: de vómito negro. Le fue mejor, aunque no gran cosa, a Francisco de Paula (1743-1798), parte importante en el proceso de construcción del Muro de San Lorenzo. Siguió nuestro Gaspar Melchor, y luego llegó Josefa (1745-1807), que aún sigue teniendo una calle en Gijón aunque no lo parezca (porque, al igual que nuestra abortada sin nombre, tampoco fue crediticia quien hoy conocemos como la primera escritora en asturiano de nuestra historia de que la vía llevase su nombre propio, sino el que le vino del mote de su marido: La Argandona). Y completa la saga, y menos mal (porque ya me iba quedando yo sin sitio) Gregorio (1746-1780), muerto en combate, aunque también un bastardo del padre, de nombre Francisco. Poco tenemos que envidiarles a Los Bridgerton, ya lo ven. ¿Nos comprará Netflix la historia?