Manual de construcción de lanchas
Pablo Batalla Cueto
2023-07-14
Miren qué cosa tan bonita y tan certera decía Cassirer de la libertad: «La libertad […] no es gegeben, sino aufgegeben; no es un don de que se halle dotada la naturaleza humana; es más bien una labor, y la más ardua labor que el hombre pueda proponerse. No es un datum, sino una exigencia; un imperativo ético. Cumplir esta exigencia es cosa dura en tiempos de crisis social grave y peligrosa, cuando parece inminente la ruptura de toda la vida pública. En esos tiempos, el individuo empieza a sentir una profunda desconfianza en sus propias fuerzas. La libertad no es una herencia natural del hombre. Para poder poseerla tenemos que crearla».
Crear. Sabemos algo de crear en la SN. Cientos de creadores se dan cita aquí cada año. Este, 240. Y crean obras que nos cautivan, pero crean también la libertad. La hacen imaginable, construyen su idea, solidifican el gas de su indefinición, para que nosotros, luego, podamos asirla, agarrarla. Todos los libros —todos los buenos libros— son el libro cuyo título daba Chesterton cuando le preguntaban cuál se llevaría a una isla desierta: Manual de construcción de lanchas. Con todos los libros se construye una lancha, alguna lancha, y se aprende el manejo de sus remos. Fue en un libro donde se escribió, y en un libro comprado ayer en la Semana Negra lo leo (Epilírica, de Miguel Labordeta), esto que es una lancha y dos remos y el ímpetu de huida de una isla:
Mataos,
pero dejad tranquilo a ese niño que duerme en una cuna.
Invadid con vuestro traqueteo los talleres, los navíos, las universidades,
las oficinas espectrales donde tanta gente languidece.
Triturad toda rosa, hollad al noble pensativo.
Preparad las bombas de fósforo y las nupcias del agua con la muerte…
Inundad los periódicos, las radios, los cines, las tribunas,
pero dejad tranquilo al obrero que fumando un pitillo
ríe con los amigos en aquel bar de la esquina.
Asesinaos si así lo deseáis,
exterminaos vosotros, los teorizantes de ambas cercas,
que jamás asiréis un fusil de bravura.
Asesinaos, pero vosotros, los inquisitoriales azuzadores de la matanza…
pero dejad tranquilo a ese niño que duerme en una cuna,
al campesino que nos suda la harina y el aceite,
al joven estudiante con su llave de oro,
al obrero en su ocio ganado fumándose un pitillo
y al hombre gris que coge los tranvías
con su gabán roído a las seis de la tarde.
Esperan otra cosa.
Los parieron sus madres para vivir con todos
y entre todos aspiran a vivir, tan solo esto.
Y de ellos ha de crecer, si surge,
una raza de hombres y mujeres con puñales de amor inverosímil
hacia otras aventuras más hermosas.