Taibo, Fallarás, Salem y más
2023-07-14
Tarde maratoniana, como todas, en la Carpa del Encuentro, donde la tarde de ayer comenzó con una mesa redonda sobre republicanismo que dio paso a una sucesión de presentaciones librescas. La primera, la de Akasha, de Javier Hernández Velázquez: una novela de ciencia-ficción con elementos de novela negra que se hace la pregunta de si realmente vivimos antes de morir, y donde, para descubrirlo, el protagonista deberá bajar al inframundo de un tiempo futuro muy relacionado con el nuestro. Rakel Suárez fue la encargada de presentar a Hernández y también de caracterizarlo como un escritor de antena tras aquel describirse así: «Yo, cuando empiezo a escribir, no sé lo que va a pasar. Hay autores que dicen que son de brújula, otros que de mapa; yo empiezo a escribir con una idea». Para cuando no se sepa qué escribir, y se tenga la página en blanco, Hernández recomienda la máxima de Raymond Chandler: que se abra una puerta y entre alguien con una pistola.
Turno después para Carlos Salem, que presentó Los dioses también mueren acompañado por José Manuel Fajardo. Una novela negra, en este caso, que comienza cuando el brazo amputado de un hombre aparece en la pradera de San Isidro tras las fiestas de Madrid, que en su dedo anular lleva un anillo de oro macizo donde se ven los símbolos de Zeus. «Sectores poderosos intentan frenar la investigación, que parece tener sus orígenes en los años de la Transición española», nos dice la sinopsis de un libro que es el tercero del ciclo Los pecados de los Apóstoles, tras Los que merecen morir y Madrid nos mata. Salem comentó la curiosa evolución que sigue su literatura: «En mis primeras novelas, moría poca gente», dijo, pero «con los años me he vuelto más cabrón». Ahora sí muere gente en las novelas de Salem, que prefiere matar en la novela a hacerlo en la realidad, como en cierta novela suya en la que muere sangrientamente una docena de periodistas del corazón. «Yo, como periodista, odio a los periodistas del corazón; me parecen la peor basura de la Tierra; les mataría yo si pudiera hacerlo». Que tengan cuidado los aludidos.
Paco Ignacio Taibo II hizo uso después de la Carpa del Encuentro para, deleitando al público con el gracejo que le caracteriza, charlar con Ángel de la Calle sobre Sabemos cómo vamos a morir, una novela sobre la insurrección del gueto de Varsovia, y Belascoarán-Shayne, detective, la recopilación que Reino de Cordelia está haciendo de todas las historias del detective que Taibo creara en 1976, y con el que fundara, como recordó Ángel de la Calle, el neopolar latinoamericano. Dos tomos reúnen, explicó Taibo, «nueve novelas publicadas a lo largo de quince años y que cuentan el retrato de una Ciudad de México que cambia, cambia, cambia». En ellas se reflejan los «Méxicos profundos» surcados por un detective que su creador quiso que «tuviera muy poco arraigo», que «no fuera Juan Pérez y pudiera ser identificado como mexicano de una manera fácil». No fue hasta la cuarta novela, recordó el fundador de la Semana Negra, cuando los locutores de televisión y de radio aprendieron a decir Belascoarán: decían Belascoain, Belascarán… Pero los lectores si adoptaron con regocijo a este personaje al que, tras ser muerto en la tercera de las novelas, comenzaron a reclamar con pintadas que decían «Belascoarán vuelve». Más tarde, siguió recordando Taibo, las pintadas se volvieron más políticas: «Belascoarán vuelve… y chíngamelos». Estas son novelas, manifestó Taibo, «claramente contra el sistema que sufrimos durante tantos años en México de fraude electoral, violencia y corrupción. Los lectores y yo estábamos hermanados en decir «son feos, culeros, asquerosos, reaccionarios, roñosos y terribles y aquí está Belascoarán para hacer la justicia»».
El ciervo y la sombra, de Diego Ameixeiras, fue la siguiente novela en presentarse. Lo acompañó Noemí Sabugal. Un libro que pone en escena a Mateo, un hombre que intenta salir adelante vendiendo cocaína y dejándose llevar por extraños negocios que le ofrece su mejor cliente y viejo amigo, con el que se siente en deuda, mientras se esfuerza en superar la muerte de suspadres en un accidente y se ocupa de atender a una maestra jubilada que ya no puede llevarle flores a su hermano muerto. La trama se desarrolla en Ourense por motivos que Ameixeiras explicó así: «El ciervo y la sombra es una novela que, entre muchas otras cosas, he intentado que hablase de la memoria y de la relación que tenemos muchas veces con los lugares que amamos profundamente y que también odiamos, porque son el reflejo de nosotros mismos». Ourense es la ciudad que el autor mejor conoce y la novela presenta «una relación compleja con esa ciudad que vive encima de un volcán y de la que, por un lado, [el protagonista] querría huir, marcharse de esa pequeña jungla de asfalto, pero, al mismo tiempo, es un lugar que lo atrae, que lo lanza hacia el suelo de una forma muy viscosa, como una segunda piel».
Otro gallego, Juan Tallón, presentó más tarde en la Carpa del Encuentro su Obra maestra acompañado por Miguel Barrero. Se nos presenta así este libro finalista del Premio Rodolfo Walsh: «La historia que narra esta novela es del todo inverosímil… y sin embargo sucedió. Es increíble, pero es verdad: un museo de primer nivel internacional —el Reina Sofía— encarga para su inauguración en 1986 una obra a una estrella de la escultura, el norteamericano Richard Serra. El escultor entrega una pieza creada ad hoc para la sala en la que iba a exhibirse. La escultura en cuestión —Equal-Parallel/Guernica-Bengasi— consta de cuatro bloques de acero independientes de grandes dimensiones. Inmediatamente se eleva la pieza a obra maestra del minimalismo. Finalizada la muestra, el museo decide guardarla, y en 1990, por falta de espacio, la confía a una empresa de almacenaje de arte, que la traslada a su nave en Arganda del Rey. Cuando quince años después el Reina Sofía quiere recuperarla, resulta que la escultura —¡de treinta y ocho toneladas!— se ha volatilizado. Nadie sabe cómo ha desaparecido, ni en qué momento, ni a manos de quién. Para entonces la empresa que la custodiaba ya ni siquiera existe. Cero pistas sobre su paradero». Tallón desgranó los detalles de su elaboración y dejó pistas sobre cuál va a ser su próximo libro: «Pertenecer a una tradición fabuladora como la gallega te somete a un dilema: ¿me sumo a la tradición o me tiro de ella? Yo me tiré de la tradición, pero uno no está libre de volver a la tradición, y creo que en la próxima novela volveré en alguna medida a casa, porque ocurrirá algo en ella que reta a la realidad en la que todos estamos inmersos». Permaneceremos atentos.
Cristina Fallarás fue la última autora en presentar ayer su novela en la Carpa del Encuentro, acompañada por Pilar Sánchez Vicente. En este caso, La loca, un libro protagonizado por la reina Juana I de Castilla, de quien siempre se nos contó que enloqueció cuando murió su marido, Felipe el Hermoso. Es muy otro el relato de su vida y de sus motivaciones que hace Cristina Fallarás, que nos presenta a una mujer inteligente y resuelta a no volverse a casar, que en absoluto amaba a aquel «hijo de perra» por quien un cronista de la época deja por escrito que «no derramó una lágrima», odiándolo en realidad. Juana —explicó Fallarás a un atento público embalsamó al Hermoso y lo metió en un ataúd de plomo metido dentro de otro de madera, y luego se negó a enterrarlo, para servirse de la ley de la época que decía que la reina no podía volver a casarse mientras el cuerpo del monarca permaneciera insepulto. Juana la Loca se hacía la loca y acabó encerrada, pero de un encierro que era una bendición incluso deseable ahora, como bromeó Fallarás: un espacio para compartir con las amigas y en el que dedicarse, sin casarse, a las letras, las artes, el estudio, la vida libre que tal vez las mujeres españolas añoren, barruntó la autora, cuando se enseñoreen del país los machistas de Vox.